21/2/09

Opiniones sobre la temporada 2008/2009

21/2/09 0
Las Tertulias de La Nueva España (I, II y III)













Pasión por la ópera, división en la escena

Los dos últimos títulos de la temporada lírica mostraron las desavenencias que, como en el resto de Europa, separan a defensores y críticos de lo teatral en la lírica

Pablo GALLEGO. La Nueva España, 8/feb/2009
Un análisis de las encuestas de opinión realizadas en el Principado en los últimos 30 años revela que la supuesta pasión política de los asturianos es un mito. Quizá sea entonces la ópera el último reducto de discusiones enfervorizadas y defensa a ultranza de los valores que cada cual considera de mayor importancia. ¿Cómo se explica si no que un aficionado, a la postre representante de la fiscalía en el Principado, blandiese un zapato como protesta en el estreno de «Un ballo in maschera»?

La 61.ª temporada de ópera de Oviedo, recién terminada -a falta del último espectáculo infantil, «La Cenicienta»-, ha estado envuelta en una polémica que nace de la eterna disputa que puebla todas las casas de ópera con tanta solera como la ovetense: ¿qué importa más, la música y las voces o la escena?

Unos dirán que los cantantes y lo escrito por el compositor -sobre todo en los títulos más representativos del género- son lo primero, más allá de las ideas que tenga el responsable escénico de turno. Y los otros, que música y escena son dos caras de la misma moneda, y que la una sin la otra resta valor al género como paradigma de espectáculo total.
En el caso particular del coliseo ovetense, estos dos puntos de vista se personifican en José Carlos G. Abeledo y Jaime Martínez. Uno, presidente de la Asociación Lírica Asturiana «Alfredo Kraus» y defensor del punto de vista tradicional. En su opinión, «el director de escena no es un creador, sino el intérprete de una obra maestra concebida en su tiempo».
Jaime Martínez, partidario de la profesionalización del ciclo y de la escena como «vehículo transmisor de emoción que hace comprensible y más intenso el mensaje del autor», es el presidente de la directiva actual, tras su reelección en marzo de 2008. Con un 67 por ciento de participación, Martínez fue elegido por 1.272 votos, frente a los 1.011 de Abeledo, que ya había formado parte de la primera directiva de Amigos de la Ópera. En respuesta al resultado electoral, Martínez y su equipo, renovado, comenzaron a planificar los títulos que conformarán el ciclo en los próximos años. Y Abeledo, después de anunciar que volvería a presentarse a las siguientes elecciones «si la directiva no cambia de actitud», optó por crear una nueva asociación, Ópera 1.011, inspirada en el número de votos obtenidos.
Los tres últimos títulos de la temporada, empezando por «The Rake's Progress» y, sobre todo, «El barbero de Sevilla» y «Un ballo in maschera», con pateos como hacía mucho tiempo no se escuchaban en el Campoamor, llevaron al extremo esta disputa por la escena. La polémica por los aspectos teatrales de la ópera de Rossini llegó a tal punto que algunos de los cantantes aprovecharon las entrevistas publicadas por este periódico para cargar contra la concepción de sus personajes de la responsable escénica, Mariame Clément.

En esta nueva producción del Stadt Theater de Berna y la Ópera de Oviedo, el conde de Almaviva y Fígaro se desahogaban contra una pared, y la pícara Rosina se depilaba con bandas de cera mientras cantaba «Una voce poco fa», un momento que hizo levantar ampollas entre parte del público, que incluso increpó a la mezzosoprano. Algo inocente si lo comparamos con los montajes de Calixto Bieito o con la producción berlinesa de «Idomeneo» de Mozart, retirada por amenazas al presentar las cabezas cortadas de Mahoma, Jesucristo, Buda y Poseidón.
En el Verdi que casi por tradición cierra la temporada ovetense, Riccardo (alias del rey Gustavo III de Suecia) fue más un capo de la camorra napolitana al que la banda enemiga pretende quitar de en medio que el monarca del libreto original. Y la bruja Ulrica, la responsable de una clínica ilegal, con nacimiento clandestino incluido. De nuevo el silencio y la expectación que precedieron al saludo de la directora de escena, Susana Gómez, terminaron en un pateo que hizo retumbar el teatro y desatar un zapato, y en una salva de aplausos entre los que se mezclaron aquéllos a los que les gustó la producción con los que, en respuesta a las críticas, optaron por aplaudir aún más fuerte si cabe.
Uno de los bandos, por llamarlos de algún modo, acusa a los «escénicos» de ser una claque que aplaude por sistema. El contrario dicen que se refugia en las partes altas del teatro para patear con mayor discreción y al amparo de la oscuridad, como consecuencia de una derrota electoral sin digerir. Son rencillas que a los ajenos a las pasiones de la ópera les resultan incomprensibles y pueriles por su vehemencia, y que no se dan más allá de la primera función, salga el responsable escénico a saludar al final de las otras tres o no.
Parece indudable que el tren de la lírica internacional camina sobre dos raíles. Uno, la voz y la música; el otro, un componente escénico sin el que descarrilaría. El debate sigue abierto, aquí y en el resto de casas de ópera. Parte de los aficionados no aceptan que se modifiquen los aspectos temporales de las obras, que trasladan la acción a otro momento de la historia o a un tiempo sin definir.
Curiosamente, tres de los mayores éxitos de las últimas temporadas apostaron por esta fórmula: «Elektra» en septiembre de 2004, obra del tristemente desaparecido Santiago Palés; y dos producciones del aclamado Robert Carsen, «Jenufa» en diciembre de 2005 y «Diálogos de carmelitas» en septiembre pasado. La tan necesaria reforma escénica del Campoamor hace difícil que su trabajo vuelva a disfrutarse en próximas temporadas. Las dos facciones deberían pensar más que nunca en unirse por el bien de la segunda temporada de ópera más antigua de España. Por un lado, para aunar esfuerzos de cara a la crisis que se avecina. Y por otro, para lograr un frente sólido que pueda exigir para la lírica en Asturias -que no sólo de Oviedo son los aficionados al género- la subvención autonómica que merece y los derechos que hasta ahora se le han negado en comparación con otras temporadas. Para que continúe el estreno en Oviedo de títulos que, inexplicablemente, nunca se habían visto en 61 años. Y porque nunca ha ido tanta gente a ver ópera como ahora. Diferencias a un lado, la pasión es la misma.

Ópera Oviedo, esperpento

10 de Febrero del 2009 - María Rodríguez Fernández (Gijón)

El tema de la ópera de Oviedo raya el esperpento y no sólo en el escenario, circunstancia esta última a la que, si nadie pone remedio, tendremos que acostumbrarnos, dados los montajes escénicos que una y otra vez están empeñados en hacernos tragar bajo la justificación de la «renovación» y la «modernidad». Vistas las puestas en escena de «El barbero», una especie de cubo de Rubik en plan «barato paisa» o caja de cerillas giratoria en la que puedes ver a un señor orinando o a una chica depilándose, o de «Un ballo», con el famoso parto/aborto, me pregunto: ¿qué se aporta o en qué se enriquece la obra? Ahora bien, si según los gurús de la ópera de Oviedo esto es lo que se lleva, yo propongo: ¿por qué no retocamos el cuadro de las «Meninas» de Velázquez y les ponemos minifalda para actualizarlas? ¿Y si introducimos alteraciones en los párrafos de las páginas del «Quijote» transformando a sus personajes en vaqueros gays a lo «Brokeback Mountain»? ¡Ya está bien de deformar creaciones realizadas por verdaderos artistas!

Decía que el esperpento trasciende a la escena, ¿o sea, que los que no estamos de acuerdo con la forma de dirigir la ópera de Oviedo somos todos sociatas y enemigos de nuestra querida capital? ¿O sea, que todos los espectadores que patearon en la primera función de las óperas «Barbero» y «Ballo» son todos rojos y están de acuerdo en desmontar la ópera de Oviedo para llevarla a Gijón? Señores, el rollo del cerco a Oviedo no cuela entre la gente inteligente, que por suerte para Asturias es mucha, déjense ya de buscar excusas para encubrir su inoperancia. Ah, y por cierto, ni Oviedo es sólo ópera ni están los tiempos para tener sueños megalómanos. A lo mejor hay que dejar de mirarse al ombligo, a lo mejor hay que reducir sueldos, dietas, asesores, colaboradores... etcétera, y no funciones infantiles como propone el director artístico, a lo mejor hay que darse cuenta de dónde estamos y cómo están los tiempos. Redimensionen la temporada, señores, redistribuyan mejor su presupuesto, gasten más en buenas voces y menos en tanto circo, que para eso ya está el Price, y, por favor, no deshagan nuestro querido Festival de la ópera de Oviedo.

La ópera de/en Oviedo
15 de Febrero del 2009 - Julio Caso de los Cobos y Galán (Oviedo)

Ha terminado con más pena que gloria la LXI Temporada de Ópera de Oviedo; temporada que allá por los años cincuenta se llamaba "de ópera italiana". Con el transcurso del tiempo ya comprobamos en qué se está convirtiendo; podemos dividirla en dos espacios: el que abarca más o menos el repertorio tradicional y el que introduce títulos de avanzado siglo XX que en nada tienen que ver con la afición tradicional que ha traído la ópera hasta hoy. Diciéndolo de otro modo, se dividen los títulos en progretas y en casposos. Los primeros son aquellos "parvenues" que haciendo gala de un supuesto conocimiento musical quieren imponer a los segundos obras que pasan de principio a fin sin que les diga nada ni a unos ni a otros; eso sí, si se les pregunta, pocos tendrán el valor de decir que estas temporadas están decayendo y que vendrán muy bien para ciertos directores de orquesta, escena y cantantes que no van a llegar más allá, porque el que llega arriba hace otros repertorios.

Que si aquello de los "teléfonos", "Jenufa", "Vuelta de tuerca", "The Rake's" y otros plúmbeos espectáculos, unido a las transgresoras representaciones que últimamente programan, está llevando a gran parte de los asistentes al desánimo, teniendo en cuenta que es un espectáculo no precisamente barato y, en principio, si se paga es porque gusta, aunque haya excepciones y motivaciones distintas.

Después de muchos años de abono, casi cuarenta, de otros períodos de asistencia alternos, de otros años de comparsa, "maldito" que se llamaba entonces, voy a tener que cambiar de aficiones, no porque me llamen casposo, sino porque estoy hasta la coronilla de estas programaciones, de una señora que come y chupa caramelos de celofán, que además tiene el brazo flojo, entiéndaseme, por favor, que dice bravo sin ton ni son.

Combatir esta postura mía calificándola de casposa es desconocer los repertorios italianistas que se están representando a pesar de los profetas en todos los teatros, que no todo es poner "La Bohème", que hay muchas obras de Bellini, de Verdi, de Puccini, de Donizzetti y otros que o no se representaron en Oviedo o lo hicieron muy pocas veces. Pero que encima se coja una ópera de Verdi y se destroce escénicamente con unos cambios de vestuario, época, parto/aborto (no me quedó claro), un baile de disfraces, que no de máscaras, absurdo, yo creo que tiene delito.

Hay personas que han expresado su opinión a este respecto y otros llegando a decir, refiriéndose al "Barbero", que no se entiende que "los gags de las meadas y la depilación pudieran afectar tanto a determinadas personas, porque los condes también mean" y otras lindezas, olvidándose de la canción de los "Bee Gees" que inicia el protagonista y otros vocablos en inglés. Y todo eso le parece a una persona naïf y divertido. Debo suponer que a esas personas también le gustó lo del Boeing del "Viaje a Reims". No cabe duda de que a la directora Clement le gustan mucho el retrete, las meadas y otras cosas, ya que como las hace todo el mundo en su vida real hay quien opina que hay que llevarlo a la época de los faraones de "Aida".

Al director musical Álvaro Albiach le parece que las reacciones exaltadas del público hacen que venir a Oviedo parezca ir a una zona apartada del mundo, pues bien, no venga usted más por aquí y todos contentos.

El crítico de LA NUEVA ESPAÑA señor Cosme Marina dice que ya es una tradición el desmelene del respetable en cuanto asoma la nariz a escena el responsable escénico y que la Asociación debería atreverse con algún montaje de Calixto Bieito. Pues al señor Bieito ya lo conocemos aquí desde su intervención en el "Barberillo de Lavapiés" en el año 2005 en la temporada de zarzuela y esperemos que no vuelva. Ya la había armado anteriormente en el Liceo precisamente con un "Ballo in maschera", con urinarios y todo; ya la armó en Mérida con "Los Persas", "Réquiem por un soldado", "Wozzeck", en el Liceo y en el Real. Es que hay mucho casposo, no solamente en Oviedo.

Ya que se alude a la Asociación, yo no estoy cuestionando que hayan ganado las elecciones, pero pienso que deberían tener en cuenta el margen con que lo han hecho, que incluso se ha llegado a formar una asociación llamada 1.011, que es el número de socios que votaron a otra candidatura, y que esos movimientos asociativos no deben producir el rebote que hace poco trascendió a la prensa.

El calendario filtrado para el año que viene no presagia nada bueno, y menos con la que se puede armar entre republicanos y falangistas en "Ainadamar". De propina para los casposos "Tosca", "Simón Boccanegra" y "Don Giovanni". No sé si muchos habrán escuchado "Ariadna en Naxos" o "Ariodante", pero son dos pestiños de mucho cuidado; tampoco sé si los que queramos vender abonos tendremos la suerte que se corre cuando se programan esos títulos tan innovadores y que no hay quien coloque, eso lo saben de sobra en la Asociación.

Este escrito tenía que haberse terminado ya por mi parte, pero siguen saliendo cosas que es preciso matizar.

Así, un señor que firma como patrono de la Fundación Ópera de Oviedo dice que si añoramos a Diego Monjo y al telonín de árboles que salía en cuatro óperas distintas: pues mire usted, eso no es cierto, lo que sí lo es es que el Ayuntamiento pagaba casi todo y las cosas se hacían como se podía, ni aviones, ni aves, ni gaitas, el deportivo rojo de Argall aparcado en la trasera del teatro una semana, unos coros del Liceo que válgame Dios qué malos eran, y aun así el público sabía moderar sus críticas e incluso pateos, pero por aquí pasaron los mejores cantantes de cada momento. Yo no sé cuentas veces ha ido don Ignacio Martínez a la ópera de Oviedo y, sobre todo, pagando, pero las afirmaciones de su escrito, amén de su alusión a una persona por su cargo, es cuando menos una grosería. Claro que lo de patrono de la Fundación Ópera de Oviedo ya sabemos por dónde le viene, no precisamente porque ejerza un mecenazgo directo sobre la misma.

Y ahora encima el lunes nos cae la bronca del director artístico de la ópera de Oviedo. Pues muy bien, no cabe duda de que hay que adaptarse a los tiempos y democráticamente tendré que escoger lo que me gusta. Hoy día hay muchas tecnologías para ver y escuchar ópera, el tiempo dirá si la ópera en Oviedo se puede sostener con progretas o con casposos. Que tome nota la directiva.


Una temporada de ópera «posmoderna»

Con dos buenos cantantes para «La Bohème» y dos escenografías adecuadas para el «Barbero» y el «Ballo» la nota sería de notable alto.


CARLOS GONZÁLEZ ABELEDO . Presidente de Foro Ópera 1011.

La Nueva España, 4 de febrero de 2009

Vivimos en plena era de la «posmodernidad». Todo es relativo y sólo tiene carácter de autenticidad la «realidad virtual» con que machaconamente nos inundan los medios, sin que la inmensa mayoría de la sociedad ni siquiera se plantee un mínimo análisis o controversia intelectual. Y eso ocurre a todos los niveles: el político, el moral, el cultural, etcétera. La verdad y la mentira son pues conceptos manejables, que no tienen valor objetivo. Y así se acepta como verdad lo que no deja de ser una mentira. Basta que lo repita lo suficiente la televisión, la prensa, un grupo de opinión o un partido político para que se acepte sin más.


A nivel mundial en la ópera estamos asistiendo a un claro ejemplo de lo que antecede. Así se dice: «Hay que modernizar la ópera». Y ¿en qué consiste esa pretendida modernización? ¿En ofrecer oportunidades a los compositores contemporáneos para que compongan nuevas óperas? No. ¿En fomentar la creatividad de músicos y libretistas para que surjan nuevos modelos musicales? Tampoco. ¿En, por lo menos, estrenar las óperas que algunos compositores ya tienen compuestas? Muy de tarde en tarde. ¿En aplicar a las escenografías los adelantos tecnológicos actuales para hacerlas más bellas y espectaculares? Ni mucho menos. Modernizar la ópera consiste básicamente en destrozar las obras de repertorio, cambiándolas de época y lugar, descontextualizando, por tanto, texto y música, siguiendo las «ocurrencias» de geniales directores escénicos que ofrecen una visión personal y «actual» de las supuestas intenciones de sus autores, llámense éstos Verdi, Rossini o un casi contemporáneo Stravinski.


En nombre de esta «puesta al día» de la ópera se están cometiendo verdaderos atropellos en casi todos los teatros del mundo, faltando al respeto a compositores y a libretistas y al propio público. Una ópera representada hoy tal como la concibieron sus autores no tiene interés. Y algunos teatros rivalizan en presentar las escenografías más «provocadoras» en bien de esta supuesta modernización de la ópera. El asalto a los centros de decisión en los teatros por los nuevos «gurús» de la ópera, la sorprendente pasividad de muchos cantantes y directores de orquesta y el aplauso de una crítica sin ningún o poco conocimiento musical, pero que se encuentra muy a gusto cerca de los centros de poder, han hecho que una clara mentira, es decir, que modernizar la ópera sea descontextualizar las obras, sea aceptada incluso por gran parte del público, nuevo o menos nuevo, que asiste masivamente a las programaciones operísticas, como la gran verdad de estos tiempos.


Desgraciadamente, las temporadas de ópera ovetenses han caído desde hace algunos años con todo el equipaje en esta moda de la «modernización». Esta temporada sólo un título podríamos decir (con algunas reservas) que fue representado en su contexto: «Diálogos de Carmelitas». Las otras cuatro fueron representadas como a sus respectivos directores de escena les dio la gana. No obstante, hemos mejorado con respecto a la pasada temporada: las cinco fueron representadas fuera de contexto. En dos ediciones de diez óperas, nueve. Buen promedio. Este año, no obstante, parece que los aficionados han dicho por fin basta, y han exteriorizado claramente su desacuerdo con las dos últimas producciones: un «Barbero de Sevilla», que claramente no sacó a los buenos cantantes que hubo todo lo que podían haber dado, y un «Baile de máscaras», cuya absurda escenografía perjudicó también al equipo vocal, que no fue tan malo como dio la impresión, a juzgar por los pocos aplausos recogidos.


Como balance de la temporada que acaba de finalizar hemos de apuntar en el haber las estupendas representaciones de «Diálogos de Carmelitas», ópera de no excesivos méritos musicales en comparación con las grandes obras del repertorio, pero con valores dramáticos contrastados y diez minutos finales sobrecogedores. Tanto el reparto vocal, muy equilibrado, con actuaciones sobresalientes de María Bayo, Elena de la Merced y la grata sorpresa de una impecable Kristine Jepson, como el trabajo escénico, muy cuidado y original, convirtieron estas funciones en las mejores de la temporada, con notable diferencia sobre el resto. No podemos decir lo mismo de las funciones de «La Bohème». Si bien la escenografía era bonita y la dirección escénica estaba impregnada del buen gusto del que siempre hace gala Sagi, hemos de tachar de gratuita (y totalmente anacrónica con el texto) la ubicación temporal en el Mayo del 68. En lo vocal pocos papeles estuvieron correctamente servidos y los dos protagonistas no estuvieron, a mi juicio, a la altura que un teatro de la tradición del Campoamor requiere. Martina Zadro, con una buena línea de canto y una notable técnica (de hecho, fue la que mejor cantó), no tiene la vocalidad ni los medios necesarios para Mimí, por lo que se queda a mitad de camino. Por su parte, Carlos Cosías tiene que madurar aún como artista para ser un Rodolfo con la debida solvencia vocal. Si este reparto lo hubiéramos visto en otro teatro a 50 euros la butaca, diríamos que estupendo. En el Campoamor, a 129 euros, no. Existe hoy un buen número de tenores y de sopranos (aparte de Inva Mula) que podían haber cumplido con las expectativas que en los aficionados despierta siempre esta obra maestra. En conclusión, y en lo vocal (salvo el coro, que estuvo muy bien) una de las peores «Bohème» vistas en el Campoamor, sino la peor.

Con la ópera de Stravinski se rizó el rizo, al escenificarla en la Norteamérica de nuestros días, a pesar de las advertencias del propio autor en contra de cualquier manipulación escénica. Como consecuencia, los que nunca habíamos visto en directo esta ópera, que me atrevo a decir que seríamos la mayoría, podemos decir que la hemos oído, pero seguimos sin verla. Hemos visto otra cosa que no es lo que el autor y sus libretistas concibieron, por cierto, en época relativamente reciente, por lo que se entiende aún menos que en otras ocasiones el traslado de época. Si Stravinski, que cuando compuso la ópera ya llevaba unos cuantos años viviendo en Estados Unidos (por lo que hemos de suponer que conocía suficientemente la existencia de Las Vegas), hubiese querido situarla en esa ciudad, nada ni nadie se lo hubieran impedido. Pero no quiso. La quiso situar en Inglaterra y en el siglo XVIII. La escenografía que hemos visto en el Campoamor despojó a la obra de las verdaderas intenciones de Stravinski, convirtiéndola en algo más parecido a un musical de Broadway que a otra cosa, con prestaciones vocales en las que me es difícil destacar a nadie y que aburrieron al respetable hasta el punto que muchos espectadores marcharon en el descanso.

El «Barbero» contó con un equipo vocal muy solvente. Fue el mejor elenco de la temporada y así lo reconoció el público, que los aplaudió con ganas. A destacar el buen hacer tanto vocal como escénico de José Manuel Zapata (que se atrevió incluso con el difícil «Cessa de più resistere»), la solvencia de Bruno de Simone y Pietro Spagnoli y lamentar que lo absurdo de la escena impidiera brillar en sus respectivas arias a Silvia Tro y Simón Orfila. Hemos oído varias «Calumnias» al bueno de Simón. Pero es incompatible cantar dicha aria, expresando lo que el texto indica, mientras se está en una absurda pelea con el dentista (don Bartolo), a ver quién le saca una muela a quién. Lo mismo podemos decir del aria «Una voce poco fa» de Rosina. Independientemente del hecho de la depilación en sí (y de las piernas de la mezzo), no es situación que encaje con la música de Rossini. Así, casi todas las «gracias» que levantaron risas del público fueron producto de astracanadas que, por supuesto, no están en el libreto. En cambio, pasaron desapercibidos, dentro del barullo general, los múltiples detalles de fino humor que la obra encierra. Tampoco ayudó en nada a respetar el espíritu y las intenciones del compositor la lentitud con que el maestro Albiach llevó la obra, estorbando claramente a los cantantes, como a Zapata en el «Ecco ridente», al que casi ahoga. En definitiva, una pena no haber contado con un director solvente y una escena apropiada para haber disfrutado de unas muy buenas veladas operísticas.

Y llegamos al «Ballo». Obra de madurez de Verdi, precursora en lo musical de sus últimas obras maestras, contó con un equipo vocal entre lo discreto y lo bueno. Muy bien Ulrica, a quien se perjudicó en su terrorífica aria de entrada, como en los casos comentados anteriormente por lo absurdo de la escena. Excelente Beatriz Díaz, aunque el papel no es el más adecuado vocalmente para ella, de menos a más la Nizza, que debutaba en el papel, que es de esperar que mejore con el tiempo. Bien cantado el Ricardo por un Giuseppe Gipali de no muy sobrados medios (y que pagó injustamente el descontento del público con lo que estaba viendo) y decepción con el Renato de Ángel Ódena, totalmente ajeno al estilo de canto verdiano. Verdi no es verismo ni gritos. Destrozó su primer aria «Alla vita che t'arride» y mejoró algo en la difícil «Eri tu». El director y los coros, a buen nivel, aunque el primero hizo sonar demasiado a la orquesta y al propio coro en ocasiones, acercándose más al verismo que al bel canto verdiano. La escena, sin pies ni cabeza, deslució totalmente la representación de principio a fin, por lo que al igual que en la ópera anterior su responsable cosechó un pateo generalizado.

En resumen, nota media de la temporada: un aprobado discreto. Lo verdaderamente lamentable es que cambiando pocas cosas hubiese sido un notable alto: dos buenos cantantes para «La Bohème» y dos escenografías adecuadas para el «Barbero» y el «Ballo». Para conseguir el sobresaliente la cosa sería más difícil: otra ópera en vez del «Rake's Progress».

La ópera y el derecho a la libertad de expresión

GERARDO HERRERO AFICIONADO A LA ÓPERA Y SOCIO DE LA ÓPERA DE OVIEDO. Vicepresidente de Foro Ópera 1011

El pasado domingo, día 1 de febrero, LA NUEVA ESPAÑA publicó un artículo firmado por don Ignacio Martínez en calidad de patrono de la Ópera de Oviedo, titulado «Desmesura en el Campoamor: zapatos y palmas». Ante el contenido de dicho artículo, y porque en su parte final se produce un acometimiento a mi persona desde el punto de vista de mi actividad profesional, me veo en la obligación de contestar debidamente, para así aclarar algunos puntos:

l Hay que decir que yo asisto a la ópera de Oviedo desde hace más de cuarenta años (concretamente desde 1967), y siempre he manifestado públicamente al terminar el espectáculo la aprobación o desaprobación, como simple aficionado a la ópera, y no desde mi posición profesional, ya que he acudido siempre a las representaciones, a título privado y particular, pagando el correspondiente precio por las entradas, por lo que no se debe nunca involucrar mi actividad profesional con la particular, y máxime afirmando al final del artículo, y poniéndolo en boca de un anónimo espectador (que no creo que exista, y que se trate, más bien, de una excusa del autor del artículo o del entorno que lo haya confeccionado), «que no se teme por la ópera, sino por la justicia», mezclando el aspecto profesional y privado, lo cual no es admisible.

l No es cierto lo que el señor Martínez recoge en dicho artículo cuando afirma que en la primera función del «Ballo in maschera» una gran mayoría del público reaccionaba ovacionando para acallar el pateo, puesto que la mayor parte de los asistentes o guardaron silencio o patearon, salvo algunos tímidos aplausos, entre los que se encuentra ese otro grupo que aplaude todo lo que se representa, aunque el espectáculo tenga poca calidad.

l Manifiesta que tales incidentes se producen en los dos últimos títulos de la temporada. Eso es cierto, puesto que en el primero («Diálogos de Carmelitas»), los aplausos y ovaciones fueron unánimes, dada la gran calidad del espectáculo; en el segundo («La Bohème»), los aplausos fueron mayoritarios; y en el tercero («The Rake's Progress»), más silencio que otra cosa (así me informaron los que la vieron, pues yo no pude asistir a dicha representación). Entonces, no se patea todo, como dice el artículo, sino tan sólo lo que no tiene calidad o es una falta total de respeto al público, al autor, a los libretistas e incluso a los propios artistas, que muy a su pesar tienen que soportar el capricho de los directores de escena, pues así me lo han manifestado algunos de los que participaron en las dos últimas óperas.

l Reclama que nuestro ordenamiento jurídico debe regular el derecho al pataleo; pues sí, lo regula cuando nuestra Constitución recoge el derecho a la libertad de expresión, en su artículo 20, y así la ejerzo cuando un espectáculo no me gusta, en el libre ejercicio de tal derecho, y que no se va a limitar porque a los señores rectores de nuestra Ópera les disguste la división de opiniones y las muestras de desaprobación, aunque luego manifiesten que están muy contentos con la espontaneidad del público, lo cual no es así, tal como se deduce del citado artículo.

l También se dice que se ha convertido nuestro Campoamor en un circo, a causa de la disconformidad de muchos espectadores, cuando en realidad, el circo se produce en el escenario: soprano que se depila en escena mientras canta un aria; tenor y barítono que hacen como que orinan en el escenario y también que se esconden en cubos de basura; fontanero en el retrete; parto o aborto explícito que llega a ser grotesco y de mal gusto; vestuario hortera (así se viste al tenor de la última ópera, de domador de circo o similar...). De esta forma, el público que accede a la ópera por primera vez y que no conoce la versión original del libreto manifiesta en algunos casos su conformidad con el espectáculo, pues no puede dar otra opinión al desconocer aquélla.

l No es cierto que el pateo haya sido organizado previamente, pues fue algo espontáneo ante lo esperpéntico del último título de la temporada de la ópera ovetense, y no que haya sido por rivalidades previas, pues, como ya se dijo, tan sólo obedeció a la baja calidad del espectáculo.

l En lo referente a que en las demás funciones del último título no hubo pateos ni muestras de desaprobación, ello es normal, ya que el equipo escénico no sale a saludar al final de la representación. Tan sólo lo hizo la parte musical, por lo que el público aplaudió a los cantantes, ya que éstos lo hicieron bien en general. Bueno, hay una excepción, la quinta representación, fuera de abono, en la que parece ser que sí salió a saludar el equipo escénico y dicen fue ovacionado, lo cual sugiere que hubo un fin de fiesta en desagravio de la directora de escena.

En definitiva, las protestas en la últimas representaciones fueron como consecuencia de la baja calidad del espectáculo desde el punto de vista escénico, y las hice a título particular, como simple aficionado, no debiendo, por tanto, mezclarse con mi actividad profesional. No ha habido ni desmesura ni extralimitación, sólo el libre ejercicio del derecho a la libertad de expresión, que debe ser respetado por los órganos rectores de la Ópera de Oviedo, aunque no les guste, y venga de quien venga, con independencia de su profesión o actividad pública.

Ah, y lo del zapato se explica porque era mi única forma de protestar, pues estaba afectado por una afonía total y con fuerte dolor en la rodilla, de ahí que mostrara de esa forma mi desaprobación.

Viñeta en La Nueva España

«La Ópera de Oviedo ya no tiene un solo público sino muchos...

...y eso es fantástico»

«Es imposible contentar a todo el mundo, pero la gente debería tener la mente abierta a diferentes propuestas»


JAVIER MENÉNDEZ, Director artístico de la Ópera de Oviedo. La Nueva España, 2/feb/2009

Diana DÍAZ

Javier Menéndez (Oviedo, 1972) elabora las directrices de la Temporada de Ópera de Oviedo desde 2003. Menéndez, que cogió tablas como asistente del Teatro Liceo de Barcelona, repasa la temporada que acaba de terminar, a falta del último espectáculo de ópera para niños. El director artístico de la Ópera ovetense reflexiona sobre una temporada polémica, arriesgada y en evolución, a riesgo de los equilibrios presupuestarios.

-La LXI Temporada de Ópera echa el telón. ¿Qué destacaría en el balance?

-La creación de un nuevo público. Para mí es lo principal no sólo de esta temporada, sino de toda la trayectoria del proyecto operístico que hemos puesto en marcha en Oviedo.

-¿De qué manera?

-La quinta función fuera de abono, con unos precios reducidos que acercan la ópera a toda la población, ha sido clave para este objetivo. Esta iniciativa permite también incorporar a cantantes jóvenes a través de un segundo reparto. El éxito de público que ha respaldado esta iniciativa ha sido impresionante.

-¿Podría quedarse con alguna ópera de la LXI Temporada?

-Defiendo todas las óperas de la programación, pero el espectáculo de «Diálogos de Carmelitas» fue genial y con un reparto redondo. ¡Aunque está mal que yo lo diga! (Ríe). Fue un montaje sencillo e impactante, con María Bayo debutando en el papel, que estuvo magnífica. «Diálogos» y el «Rake's Progress» fueron las dos óperas del siglo XX de la temporada, lo que responde a la ampliación del repertorio, que pienso ha sido otro de los puntos importantes este año.

-Esta temporada ha tenido diferentes reacciones desde la grada.

-La Ópera de Oviedo ya no tiene un solo público, sino muchos públicos diferentes. Y eso es fantástico. «El barbero de Sevilla» fue pateado en el estreno, mientras que en la función de segundo «cast» la gente se reía como loca y gritaba «bravos». Me parece maravilloso que haya gente que venga a la ópera no a juzgar a un cantante determinado, sino a ver un espectáculo y dejarse sorprender. Los hay que quieren volver a disfrutar experiencias pasadas, que no digo que esté mal, y otros que se dejan sorprender y divertirse.


-¿Es difícil contentar a todo el mundo?

-Difícil no, imposible. Creo que, en general, la gente debería tener la mente abierta con la idea de poder disfrutar de varias propuestas, tanto en composición musical como estética visual. Pienso que es sanísimo poder alimentarse de una variedad de estéticas artísticas. No veo dónde puede estar el problema.

-Pero su proyecto lírico aboga por un equilibrio entre tradición y modernidad.

-Sí, es un equilibrio que también caracteriza la ópera en sí misma. No podemos olvidar que es un espectáculo arcaico, pero tampoco podemos pensar que «The Rake's Progress» es una novedad. ¡Una película, con sesenta años, ya se considera un clásico! En los siglos XVIII y XIX se consumían las óperas a la manera del cine de hoy. Si la ópera sobrevive es porque se le ha dado un aire de modernidad a todos los niveles, incluso en la interpretación musical. Si nos remontáramos a la década de los años veinte, cuarenta, cincuenta o sesenta, del siglo XX, estoy seguro de que el público no aceptaría muchas cosas.


-Explíquese.
-No se puede comparar el nivel de calidad con que se producen los espectáculos operísticos a día de hoy con lo que se hacía tan sólo hace 20 años. Por ejemplo, ahora cada uno de los seis títulos tiene lo menos veinte días de ensayos. En aquella época, las cosas se sostenían porque venían determinados divos a cantar, que no digo que no fueran excepcionales, pero como espectáculo conjunto no se podría sostener a día de hoy.


-Pretenden incorporar el sexto título en una época de crisis y en la que a la Ópera le fue denegado el aumento de la partida presupuestaria del Principado. ¿Repercutirá esto en algún aspecto de la temporada?

-En los espectáculos infantiles, ya que haremos uno en vez de tres. Pero será un espectáculo faraónico, en coproducción con Barcelona, Madrid, Bilbao, Valladolid y Sevilla. El «Retablo de Maese Pedro», de Falla, bajo la dirección de Enrique Lanz. Haremos más funciones, que se celebrarán en el Auditorio, por necesidades del montaje. No queremos desatender esta faceta de la programación, pero con la posibilidad de hacer un sexto título y la reducción de recursos por parte de la Consejería o, digamos, su falta de cumplimiento, nos vemos obligados a reducir por algún lado.


-Será difícil entonces programar con años vista.

-Las instituciones públicas tendrían que tener la conciencia de que la planificación de una temporada de ópera no puede tener una falta de seguridad presupuestario de un año para otro, sino una seguridad por lo menos de tres años. Eso si quieren verdaderamente apoyar un proyecto de gran proyección nacional y cada vez más internacional.


-¿Oviedo toma posiciones en el circuito lírico internacional?

-Cada vez los teatros confían más en nosotros y eso es difícil de conseguir. Estamos intentando sacar adelante proyectos con el Teatro de la Moneda de Bruselas, el Liceo y la English National Opera. Que el teatro sea fiable como entidad es difícil. Parece que nadie se entera de la seriedad y el compromiso que adquiere la Ópera de Oviedo. La falta muchísimo conseguir, pero que puede perderse de la noche a la mañana.

«La falta de apoyo de las instituciones nos puede llevar a perder un prestigio que cuesta mucho conseguir» «La reducción de recursos de la Consejería y el sexto título nos obligarán a recortar la programación infantil»de apoyo por parte de las instituciones públicas puede llevar a perder un prestigio que cuesta

Desmesura en el Campoamor

El pataleo enrabietado en el último título de la temporada de ópera fue motivado por circunstancias ajenas a las representaciones

IGNACIO MARTÍNEZ PATRONO DE LA FUNDACIÓN ÓPERA DE OVIEDO
La Nueva España, 1/feb/2009
Por segunda vez consecutiva en esta temporada, un grupo de espectadores de la primera función ha pateado con esforzada dedicación a la dirección de escena de la ópera que se representaba. Al propio tiempo, y especialmente animada para acallar el pataleo, una gran mayoría del público reaccionaba ovacionando más ostensiblemente de lo habitual, y otra parte se mostraba entre molesta y divertida por asistir de nuevo a tan desunido clamor.
Por real iniciativa ciudadana, hoy en Oviedo resulta que el espectáculo más esperado comienza cuando la música acaba: vuelven las luces, sube de nuevo el telón, y de menor a mayor relevancia se suceden los saludos de los cantantes. Pero eso es sólo un preludio de lo que para algunos será ya lo único verdaderamente sobresaliente de la noche. Mientras se acerca el clímax, se perciben expectación y ansiedad crecientes que van afectando a toda la platea. Y es que la evaluación pública sobre los intérpretes, medida en la intensidad de las ovaciones, queda relegada porque es interrumpida bruscamente. Es entonces cuando de repente, sin la menor piedad hacia nuestros tímpanos, explosiona un ardiente y desacoplado estruendo en el instante en el que aparecen los responsables escénicos. Zapateados y más palmas. Llevamos así dos títulos.
Aunque el bando particularmente excitado es perfectamente previsible y, conociendo de largo sus disgustos, también lo es el resultado, el número que se monta sin ensayo es digno de contemplarse: pateos y aplausos a ver quién suena más. Quienes no están en el conocimiento de las rivalidades previas se quedan perplejos.
Como aficionado, y también ahora como temporal directivo de nuestra institución lírica, me encanta que la ópera, lejos de la indiferencia, genere polémicas con tan grande entusiasmo porque es una manera de mantenerla viva. Echarán humo las manos o se abroncará con las medias suelas, pero luego, y es lo único aprovechable, se comentan los detalles de lo oído varios días y se propagan las anécdotas de lo visto varias semanas. Al fin y al cabo se habla de ópera. Nada mejor para nuestro prometido proyecto de difusión que el que se derrame en torno a ella mucha pasión y el que surjan en consecuencia opiniones encendidas.

Ignoro si explícitamente nuestro ordenamiento jurídico protege el soberano derecho al pataleo, aunque opino que debería hacerlo. Lo que pasa es que por el repetitivo camino que llevamos de implacable división de opiniones en ese alborotado pero bien poco musical veredicto final a la producción escénica que se manifiesta detrás de cada estreno y, vista la ruidosa contumacia con la que actúan, permítaseme la licencia, los «antiescénicos», el Campoamor va a sustituir al Tartiere y hasta puede perder su carácter de coliseo dramático para convertirse definitivamente en puro circo.
Un pateo siempre está justificado cuando lo que se ha puesto sobre las tablas ha sido un auténtico bodrio, y eso, a mi juicio y el de muchos otros aficionados y también críticos, no ha ocurrido ni por asomo con ninguna de las dos obras que fueron sumarísimamente juzgadas con los pies: «Il Barbiere di Siviglia» y «Un ballo in maschera». Y me refiero sólo a las tan discutidas puestas en escena porque, en otros aspectos, los méritos han sido relevantes sin que, por lo vivido, hayan servido para sosegar la incontinencia. (¡Tiempos amables los pretéritos, Diego Monjo, aún añoramos aquel telonín de árboles que salía la misma semana en cuatro óperas distintas!).
El pataleo enrabietado en ambos estrenos ha sido para mí una desmesura motivada mucho más por circunstancias anteriores y ajenas a las propias representaciones que por supuestas provocaciones escénicas que en un contexto artístico de mirada amplia resultarían timoratas. «Es que ya vienen cabreados de casa», me comenta una abonada.
Ante muchos otros miles de espectadores, en ninguna de las demás funciones de esas mismísimas producciones, tanto en otros teatros, caso del «Barbiere», como en idéntico lugar, caso del «Ballo», ha ocurrido lo mismo. Sólo en estas representaciones tan rudamente encausadas. Así es que los intolerantes con el empleo efectivo de la tramoya no sólo están bien identificados, sino que, además, actúan congregados y estallan todos a la vez, el mismo día y a la misma hora. Muy poco espontáneos, la verdad.

Suponiéndonos adultos, cada uno es muy libre de comportarse como le plazca, pero ¿qué van a hacer los protestones cuando verdaderamente una ópera -Dios no lo quiera- no haya por dónde cogerla?, ¿van, literalmente, a rasgarse los trajes?, ¿es que van a destrozar el mobiliario? Los espectadores serenos, candorosamente convencida la inmensa mayoría de que acudimos a una tranquila velada operística, tendremos desde ahora que estar vigilantes, no vaya a ser que, para evitar mayores altercados, una noche irrumpan en medio del jaleo las fuerzas del orden y tengamos un serio disgusto. A ver si van a convertirse estas afectuosas sesiones líricas en actividad de alto riesgo.
Pensarán que exagero, pero me cuentan que el otro día un exaltado espectador -que me dicen además que es fiscal- blandió un zapato en su mano junto a la barandilla que le separaba de la orquesta y de los artistas. Yo creo que eso es más que patear.

Lo comentaba descompuesto un espectador a la salida del teatro: «Si es que yo ya no temo por la ópera, sino por la justicia»
Lo dicho, una desmesura.

"Un fin de fiesta desangelado"

La ópera «Un ballo in maschera» recibió un sonoro pateo en su estreno ayer en el teatro Campoamor. El reparto femenino se llevó las mayores ovaciones de la jornada, en la que Giuseppe Gipali decepcionó.


Diana DÍAZ La Nueva España, 23/ene/2009

La LXI Temporada de ópera de Oviedo debía acabar anoche con el fiestón de las danzas finales de «Un ballo in maschera» de Verdi. Pero ni el montaje ni las voces provocaron el alborozo del público. Tras una función desangelada, los asistentes en forma mayoritaria se desahogaron con un sonoro pateo a la directora de escena, Susana Gómez, cuando salió a saludar al escenario junto a su equipo.

Si puede hablarse de un triunfador en una velada desganada, fueron las voces femeninas, según indicaron los aplausos finales, aunque el barítono Ángel Ódena fue un Renato creíble, «in crescendo» y en plena forma. En cambio, de Giuseppe Gipali -Riccardo- se esperaba más -de hecho, se llevó protestas por parte de la grada-, aunque tuvo sus momentos. De este modo, Amarilli Nizza -Amelia- conquistó con su capacidad melódica y las partes más dramáticas, mientras que Beatriz Díaz -Óscar- defendió con madurez un rol más ligero que los que aborda normalmente. Elena Manistina -es decir, Ulrica- fue un ejemplo de cómo sacar el máximo partido a un papel secundario.

La hechicera Ulrica de la versión original fue en esta ocasión una comadrona ilegal, que asiste a un parto durante la aria de presentación del personaje. Este hecho agitó las butacas.

La nueva producción de la ópera de Oviedo fue acogida en general con frialdad. La versión presentada ayer, que acerca la ópera de Verdi al público actual, logró un efecto atemporal con la mezcla de elementos de diferentes estilo y época. Un palacio minimalista de corte isabelino inaugura la ópera, que pasará por los guiños pop, la clínica clandestina, los suburbios más peligrosos o la discoteca donde se celebra el último baile. Una transformación que dio continuidad a la producción, pero en la que se insertaron momentos que descolocaron al público.

El segundo acto tuvo mayor empaque que el inicial, y el tercero tuvo el mayor efecto en el público, logrando los protagonistas su respectivo aplauso en cada una de sus arias principales. La escena se transformó en una discoteca con gogós incluidas y vistoso desfile de disfraces, en la que la iluminación de Eduardo Bravo, a destacar a lo largo de la producción, tuvo su impacto definitivo, invitando al público a la fiesta de disfraces, en la que no faltaron Papá Noel, la Virgen, un soldado nazi y Sissi la emperatriz.

La Orquesta «Oviedo Filarmonía» realizó una gran interpretación bajo la batuta de Paolo Arrivabeni, que «sacó los colores» a la orquesta con gran variedad de detalles y expresividad en la narración musical de la ópera, uno de los títulos de Verdi que camina hacia la madurez del compositor.

El Coro de la Ópera de Oviedo realizó un buen trabajo, especialmente las voces masculinas, que tienen el peso del apartado vocal. Otro aspecto que lució sobre la escena fue la coreografía de los bailarines que, como a modo de pantomima, fueron adelantando la trama.

El teatro Filarmónica acogerá esta tarde, a las ocho, la película «La Luna», de Bernardo Bertolucci. La película del reconocido director italiano cuenta con música de Giuseppe Verdi, el compositor que da carpetazo a la temporada lírica.

El Sr. Albiach y Rossini

CARLOS GONZÁLEZ ABELEDO, La Nueva España, 24/dic/2008

Leo con sorpresa las declaraciones del maestro Álvaro Albiach del pasado domingo en estas mismas páginas en las que afirma en relación con lo sucedido en el estreno de «El Barbero de Sevilla» que «reacciones exaltadas como la del martes sorprenden y hacen que venir a Oviedo a hacer ópera parezca como venir a una parte apartada del mundo». ¡Vaya! Por si no teníamos poco los aficionados ovetenses con tener que soportar desde hace años una «claque» cuya existencia misma es una vergüenza, ahora tenemos que sufrir los reproches de un artista porque no le gusta la reacción de parte del público. No sé si sabrá el Sr. Albiach que en Oviedo era frecuente en los años cincuenta, sesenta y setenta el patear, silbar y abuchear lo que no gustaba y aplaudir y ovacionar lo que gustaba. Como en todos los teatros del mundo, incluido la Scala de Milán, donde todavía no hace mucho los abucheos del respetable «echaron» a un famoso tenor del escenario. Yo celebro que el público ovetense se haya sacudido el conformismo en que se encontraba, y que los aficionados podamos patear cuanto nos venga en gana y no sólo aplaudir como y cuando nos digan.
Mejor haría el Sr. Albiach en cuidar los «tempi» que usó para «El Barbero de Sevilla». Por contrastar algo perfectamente medible le diré que la media de duración de la obertura en versiones de algunos de los mejores directores del mundo es de seis minutos y cincuenta y seis segundos. La suya del jueves pasado, que por curiosidad cronometré, fue de siete minutos y cuarenta y un segundos. Es decir, nada menos que 45 segundos más. Por supuesto es la más larga con diferencia de las que he podido escuchar. No es pues de extrañar que la ópera haya durado casi un cuarto de hora más de lo habitual. Se benefició el Sr. Albiach de la bondad de los cantantes que intervinieron en la función, y de la indulgencia del público, porque en mi opinión algún pateo también merecía. Donde Rossini puso ligereza, ritmo y chispa, él puso lentitud y pesadez. Su versión pecó ciertamente de plúmbea y en nada ayudó al buen desarrollo de las funciones. Por supuesto que ni la dirección musical, ni mucho menos la de escena, fueron respetuosas con Rossini, por mucho que él lo diga.

De Calvo Sotelo a Zapatero

CARLOS GONZÁLEZ ABELEDO Presidente de Foro Ópera 1011. La Nueva España, 23/sep/2008

La presencia el sábado día 20 del actual presidente de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero en la función de «Diálogos de carmelitas» del teatro Campoamor, me trajo inevitablemente a la memoria la fecha del 19 de septiembre de 1981. Fecha en la que el entonces presidente Leopoldo Calvo-Sotelo también asistió a otra función operística de la temporada ovetense. Se trataba de un «Rigoletto», que seguro que muchos aficionados recordarán, protagonizado por una joven Mariella Devia que ya asombraba por su canto, por un Matteo Manuguerra en estado de gracia, y por un maduro Alfredo Kraus que cantó como sólo él sabía hacer. Al respecto, Vidal Peña, que de aquella ejercía como crítico de ópera en un medio de la capital, escribió «?Hemos tenido suerte. Este Rigoletto ha estado, en su mayor parte, bien cantado, incluso admirablemente cantado, y es probable que pase mucho tiempo antes de escuchar otro de igual mérito». De momento, amigo Vidal, han pasado veintisiete años y me temo que puedan pasar otros veintisiete.

La verdad es que el entusiasmo del público fue manifiesto, (por cierto, sin necesidad de ninguna «clac», espontánea u oficiosa) interrumpiendo con atronadoras ovaciones la función tras casi todas las intervenciones de los tres cantantes, tanto en sus números individuales como en los dúos y números de conjunto. Es posible que la orquesta de aquel día, la Sinfónica de Karlovy Vary y el director, el competente Gianfranco Rívoli, no estuviesen a la altura que el sábado alcanzaron la OSPA y Maximiano Valdés. Quizá con algún ensayo más se hubieran acercado. Pero de aquella sólo se hacía una prueba el día antes de la función, en la que incluso alguno de los cantantes protagonistas no participaba, como así ocurrió con Alfredo Kraus, que nunca ensayaba el día antes de cantar.

Es más que posible, seguro, que el movimiento escénico no tuviera la precisión y cuidado que el sábado pudimos apreciar en el trabajo de Robert Carsen, que dispuso (él o sus ayudantes, no lo sé) de veintitantos días para ensayar con los intérpretes un trabajo ya rodado en otros teatros. El quehacer del buen Diego Monjo, como regista en aquel inolvidable «Rigoletto», supongo que se limitaría a dar las entradas a escena, indicar al personal del teatro dónde se colocaban los decorados y poco más. El trabajo de Carsen, que fue premiado en la segunda edición de los premios líricos «Teatro Campoamor» se enmarca en las actuales tendencias escénicas, de corte minimalista en decorados y cargadas de simbologías en el devenir narrativo, cuyos adalides intentan suplantar al compositor y al libretista como autores. Además de las incongruencias que habitualmente se producen entre lo que vemos y lo que los cantantes están diciendo, el problema es que muchísimos detalles de puesta en escena que están en el libreto y que un buen regista (que se limitara a ser intérprete, como los demás intervinientes en la función) aprovecharía, son pasados por alto, falseando lo que los verdaderos autores quisieron expresar. Obviando estos principios, y dada la mediocridad imperante hoy día en el mundo de la escena, cuando no simple provocación gratuita, el trabajo de Carsen hay que calificarlo de sobresaliente.

Lo que es también cierto es que a pesar del excelente trabajo de todos los intérpretes de la función del sábado, la emoción que embargó al público durante casi toda la ópera en el «Rigoletto» del 81 sólo estuvo verdaderamente presente en el último cuadro de los «Diálogos», que, como se presumía, fue impactante. Habrá opiniones para todos los gustos, todas respetables por supuesto, pero la realidad es ésa. La ópera de Poulenc no da para más, ni para menos. Hay que valorarla en su justa medida. Y no se pueden negar las altas cotas artísticas que se alcanzaron el sábado (y es de suponer se alcancen también en el resto de las funciones previstas) pero, como aficionado, me gustaría también volver a ver representaciones como aquella del 81. No deben estar reñidas unas con otras, ni ser excluyentes. Es decir, y haciendo uso de la simbología a la que antes aludíamos, a muchos nos gustaría volver a ver a Zapatero por el Campoamor, pero también a Calvo-Sotelo.




19/2/09

Gayarre y The Rake's Progress

19/2/09 0
Carlos González Abeledo, Presidente de Foro Ópera 1011

El pasado domingo dia 23, en las páginas de LNE me hacían una pregunta - de forma bastante impertinente, por cierto - acerca de a donde iba. En realidad ya me había ido. Me había ido a Navarra el viernes 21 con otras cuarenta y ocho personas aficionadas a la lírica a ver un recital de Juan Diego Flórez en el Auditorio Baluarte de Pamplona. También para asistir el sábado a una representación de "I Puritani"en el teatro Gayarre de la misma ciudad y el domingo a visitar en El Roncal la tumba de Julián Gayarre, uno de los tenores míticos del siglo XIX. Tras depositar un ramo de flores en el mausoleo visitamos el museo ubicado en la misma casa en donde vivió el famoso tenor, mandada construir por él en el mismo solar donde estuvo la casa donde nació.

Fue, por lo menos para mi, muy emocionante todo ello. Me agradó sobremanera ver muchos de los trajes que Gayarre usó para interpretar sus papeles operísticos, entre ellos el de Nadir (Los pescadores de perlas) que llevaba la noche del 8 de diciembre de 1889 en el Teatro Real de Madrid. Noche en que cantó por última vez, ya enfermo, para morir el 2 de enero de 1890, de una bronconeumonía. Mientras, de vuelta a Pamplona, veíamos por televisión el triunfo de España en la Copa Davis, se estrenaba en el Teatro Campoamor la ópera The Rake's Progress. Evidentemente no pude asistir, pero el jueves, ya de vuelta, pude ver y oir la ópera de Stravinsky. Mejor dicho, pude oir, porque lo que se dice ver no la he visto. He visto otra cosa que no es lo que Stravinsky y sus libretistas concibieron, en época por cierto relativamente reciente, por lo que se entiende menos aún que en otras ocasiones el traslado de época. Una vez vista no me arrepiento para nada de haberme perdido en el estreno por el viaje a Navarra: solamente la interpretación de María José Moreno en los Puritanos de Pamplona, por ejemplo, me pareció de mas mérito y enjundia que todo el Rake's Progress ovetense. Y me hizo disfrutar enormemente como aficionado, ¡Que manera de cantar!. Mejor incluso que cuando debutó el papel en el Campoamor en la temporada 1999-2000.

Y volviendo a la impertinente pregunta, aclaro que pienso seguir manifestando mi parecer, siempre que tenga ocasión, acerca de la ópera en general y de las temporadas ovetenses en particular, mal que les pese a los que son incapaces de aceptar la discrepancia y alienten una "claque", en el teatro y fuera de él, cuya existencia es una verdadera vergüenza para los aficionados, tanto veteranos como nuevos. Y que ayudados por cierto sector de la crítica intentan engañar y confundir permanentemente al espectador. Me da verdadera pena ver como la segunda temporada mas antigua de España, con una tradición operística que se remonta al siglo XIX, ha caido con todos el equipaje en los excesos e incongruencias a los que nos ha llevado una pretendida renovación y puesta al día del género, liderada por algunos directores de escena, directores de teatro y prensa comprada, en detrimento de cantantes y músicos, cuando no los propios autores de las obras.

Hay dos maneras de modernizar las cosas. Una haciendo tabla rasa de todo lo anterior, colocandose en el extremo opuesto. Otra, mejorando y adecuando lo existente. Yo, en cuestiones operísticas, estoy de acuerdo con la segunda. Ya llevamos vistas tres óperas de la presente temporada: en la primera parece ser que lo importante fue la participación como corista de la esposa del actual presidente del Gobierno y su presencia en una comida en un establecimiento de los alrededores de Oviedo. En la segunda lo meritorio parece ser que fue el ofrecernos una actualizada visión de la Bohéme pucciniana, trasladada a Mayo del 68, pero con un reparto vocal que quizás haya sido de los peores de la historia del Campoamor. Y en la tercera, y que me perdone Stravinsky, no hemos visto mas que un musical de Brodway, también trasladado de época pese a las advertencias en sentido contrario del propio compositor, que transcurrió sin pena ni gloria. Hasta el punto que muchos espectadores marcharon en el descanso. Y encima hay que aguantar a algunos críticos diciendo que casi todo es maravilloso. Y lo peor es que según mis noticias, el próximo título, "El barbero de Sevilla", la ópera mas popular de Rossini, que a priori cuenta con el mejor reparto de la temporada, está ambientada en el año 2005. Las fotos que se pueden ver de la producción dan pavor. La verdad es que ante este panorama, pensandolo bien, sí dan ganas de marcharse.

8/2/09

"¿Quo Vadis, Carlos Abeledo?"

8/2/09 0
Estimado Carlos:

Me has escrito una carta abierta en este diario, y, brevemente, y por una sola vez, pues siempre me ha gustado guardar las formas, te contesto por idéntica vía.
Encabezaste una candidatura a la presidencia de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera (AAAO) hace unos meses, rodeándote de personas que hicieron lo posible para convencer a los socios de la bondad superior de vuestra propuesta utilizando libremente espacios y tiempo para exponer tus ideas, pero a pesar de obtener 1.011 votos, los asociados no te otorgaron mayoritariamente su confianza. Inmediatamente fundasteis la Asociación 1.011, naturalmente con todo el derecho, y de ahí viene el «¿quo vadis, Abeledo?», que tantas veces tuve que contestar con un «no sé» cuando los asociados me preguntaban el motivo y el porqué de la nueva asociación de ópera, y como seguramente a ti también te lo habrán hecho, les has contestado por medio de una carta pública a mí dirigida.

Sinceramente, creí que íbamos a tener cuatro años relativamente tranquilos para desarrollar nuestro programa, que también habíamos dejado claro previamente a las elecciones y que, por ahora, vamos cumpliendo escrupulosamente tanto en la diversificación de los títulos como en el aumento a las cuatro funciones para todos los asociados, la previsión de un sexto en la próxima temporada, la programación de óperas fuera de abono con un segundo cast o la retransmisión en directo desde el teatro Campoamor a diversos municipios asturianos en cumplimiento de nuestra obligatoria labor de extensión cultural. Todo ello dentro de la máxima calidad, lo que nos permite un control presupuestario exhaustivo, tanto en cantantes solistas, como coro, director musical, orquesta o escenografía y siempre buscando el mejor equilibrio en el espectáculo global.

Ahora, está claro, has rectificado los actualmente denominados «malentendidos», pues entonces creí entender muy bien tus manifestaciones a LA NUEVA ESPAÑA, en mi opinión algunas equivocadas. No me pareció oportuno polemizar cuando los ánimos aún estaban afectados por el resultado electoral. Agradezco la «lealtad y apoyo incondicional a Amigos de la Ópera», que manifiesta tener la asociación 1.011 que presides, igual que cualquier otra iniciativa procedente de nuestros asociados y que, como bien conoces, se presentan y discuten de forma abierta y transparente en la reglamentaria junta general. Sinceramente, espero y hago votos para que sea así durante todo nuestro mandato.

Por último, te deseo, como a cualquier otro asociado o aficionado, que disfrutes, aunque a veces discrepes razonablemente, de la programación que ofrece la AAAO.

Jaime Martínez

4/2/09

Nota a la presentación en la Prensa de Foro Ópera 1011

4/2/09 0
Los malentendidos que sobre todo el titular de la noticia produjeron en muchos aficionados, aconsejaron que el Presidente de Foro Ópera 1011, dirigiera una carta abierta al Presidente de la AAAO, creemos que educada y respetuosa en grado sumo, aclarando conceptos, carta que previamente le fue entregada a D. Jaime Martínez, advirtiéndole, como entendimos que era obligado, de su publicación en La Nueva España.

La respuesta de éste, sin que por su parte se siguiera el mismo procedimiento, se produjo días después, en un tono que consideramos bastante impertinente. Para que el visitante de nuestro “blog” juzgue por sí mismo, ofrecemos íntegras ambas cartas.

Carta abierta a JAIME MARTINEZ, Presidente de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera


Estimado Presidente:

Tras la noticia aparecida en LNE el pasado 28 de septiembre acerca de la creación de un nuevo foro de opinión con el nombre de Ópera 1011, formado por varios de los aficionados que me acompañaron en las elecciones del pasado mes de marzo, y luego de nuestra conversación telefónica -en la que te intenté aclarar el verdadero alcance de este nuevo grupo- he de confesarte que he quedado muy mal a gusto al comprobar, tanto las personas que me acompañan en esta iniciativa como yo mismo, los malentendidos que este hecho ha provocado en algunos sectores de la afición lírica asturiana.

He de reconocer que el artículo en cuestión -y sobre todo su titular- induce a error. De fijo debido a una mala exposición por mi parte. Pero, como ya te dije, en absoluto Ópera 1011 es una asociación alternativa a la AAAO, sino un grupo de opinión formado por una parte de sus socios, que quiere recoger y canalizar las inquietudes y el sentir puesto de manifiesto durante la pasada campaña electoral. Y que no renunciamos a defender nuestras ideas, en un marco de crítica constructiva, buscando siempre lo mejor para la ópera en general y las temporadas ovetenses en particular.

Con preocupación y sinceridad hemos debatido ampliamente dentro de nuestro grupo la mejor manera de deshacer públicamente los equívocos que hayan podido producirse con mis manifestaciones a LNE. Por ello hemos tardado, quizás más de lo que personalmente hubiera deseado, en dirigirte esta carta abierta con la intención de dejar pública y meridianamente claras nuestras intenciones. Con el mejor ánimo, pues, te reitero lo siguiente:

1) Este grupo o foro de opinión no nace, ni en contra ni como alternativa a la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera, actual organizadora de la Temporada del Teatro Campoamor tras la renuncia del Ayuntamiento de Oviedo en 1977. Asociación de la que como sabes no solamente soy socio al igual que tú desde su inicio, sino de la que fui directivo en la primera Junta presidida por el malogrado Paco Izquierdo. Y, no está de mas señalarlo en estos momentos, también colaborador desinteresado con otras directivas, incluida la anterior por ti presidida.


2) Apoyamos incondicionalmente a la AAAO, de la que todos los integrantes de Ópera 1011 somos socios y leales partidarios, como organizadora de las Temporadas de Ópera ovetenses. Asociación y temporadas a las que deseamos lo mejor y en cuya defensa nos tendrás siempre a tu disposición. Así ya te adelanto que tendrás todo nuestro apoyo para acometer la necesaria reforma de los Estatutos en lo que se refiere a las normas para la renovación de la Junta, con el fin de evitar los inconvenientes que todos, votantes y candidatos, sufrimos en las pasadas elecciones.

3) Las discrepancias que tengamos con vosotros en cuanto a modos de gestión y programación de la temporada, puestas claramente de manifiesto en las elecciones del pasado mes de Marzo -que tuvieron el apoyo nada despreciable de un 44% de los socios- las canalizaremos y coordinaremos a través de Ópera 1011, pero siempre de manera constructiva y dentro del máximo respeto a la Junta Directiva que presides, a los empleados y colaboradores de la AAAO, y a todos los socios y aficionados a la ópera en general.


Dicho esto, permíteme que te diga que estas discrepancias en el fondo no son sino reflejo de las que existen desde hace bastantes años a nivel mundial acerca de la preponderancia de la música o de la escena en las representaciones operísticas, acrecentadas en los últimos tiempos por el deseo de algunos directores escénicos de convertirse en casi únicos protagonistas. Y ello en detrimento, en no pocas ocasiones, de músicos, artistas e incluso del propio autor o autores. Creo que es bueno que de ello se discuta también a nivel local, por las consecuencias que tiene en la programación y desarrollo de la temporada, pero no que nos enfrente hasta el punto de descalificarnos unos a otros. Estoy convencido que el debate serio y razonado entre ambas posturas mejorará las representaciones y nos hará mas fuertes ante los verdaderos problemas de la asociación, que son otros.

En definitiva, por nada del mundo quisiéramos que lo que en la práctica se reduce a una legítima discrepancia en algunos puntos relativos a la gestión, sea considerado ni como una “guerra fraticida”, ni como un intento de “ponerle piedras” a la AAAO ni a nuestra querida temporada. Ni tampoco de minusvalorar los logros que a lo largo de los años las sucesivas directivas han ido consiguiendo y que son muchos y de gran mérito. Repito que para el crecimiento y fortalecimiento de las temporadas y de la asociación nos tendrás a tu lado, incondicionalmente. Pero entiende que al igual que vosotros estáis en vuestro derecho de gestionar como os parezca oportuno, nosotros también de opinar sobre lo que nos gusta y lo que no; y de defender nuestras ideas a través de los cauces que consideremos adecuados. Nada más, ni nada menos. Pero como dijo un conocido político español hace unos cuantos años, “sin acritud”.

Espero que estas líneas sirvan para aclarar los malentendidos y tranquilizar a los que se hayan podido sentir molestos de alguna manera por nuestra iniciativa. Igualmente, y en lo personal, deseo que sigamos manteniendo nuestra buena relación de siempre, en gran parte forjada por nuestra común afición a la ópera.

Con mis mejores deseos para ti y para nuestra AAAO, recibe un fuerte abrazo

Jose Carlos González Abeledo


 
◄Design by Pocket