15/12/10
23/11/10
30/8/10
Una «Traviata» con mantas
Los mismos mimbres en un teatro y no al aire libre, con una pésima amplificación, hubieran posibilitado una representación más que digna
CARLOS GONZÁLEZ ABELEDO
En el cuarto acto (tercero en el libreto original) de esta popular ópera verdiana representada en la noche del pasado sábado en el magnífico patio de la Universidad Laboral, la protagonista se introduce en su cama cubierta con una manta roja. Hacía ya tiempo que los espectadores se habían enfundado en las mantas también rojas que la organización había puesto a disposición de los espectadores en previsión de una meteorología mas fría de lo esperado. Quizás por eso el respetable no se molestó en sacar las manos de debajo de las mantas para aplaudir un «Addio del passato» que quizás haya sido lo mejor de la representación, dominada por un desapacible viento que hizo insufrible la velada. Nada por otra parte que no se pudiese prever en un clima como el asturiano a últimos de agosto.
Frío pues en las butacas y también sobre el escenario, aunque, es de justicia decirlo, en éste debido a las características técnicas del lugar y a la manera de hacer posible la audición, mas que a la calidad de los artistas y músicos intervinientes. Que la ópera es un espectáculo concebido para oír en un teatro es cosa sabida. Que la amplificación electrónica está reñida con la ópera también. Que, excepcionalmente, si no hay un teatro disponible, se pueda dar una ópera en un escenario al aire libre usando amplificación, podría ser admitido. Que se represente en un patio, por muy emblemático que éste sea, en uno de cuyos laterales se ubica un magnífico teatro, en cuya remodelación se acaban de gastar 17 millones de euros, 6 de los cuales se han empleado en dotarle de una caja escénica con todos los adelantos técnicos necesarios para poder representar cualquier espectáculo operístico, no se entiende.
Mas o menos mil personas calculan los organizadores que asistieron al espectáculo, que por cierto empezó mas de diez minutos tarde. En el Teatro de la antigua Universidad Laboral, ahora simplemente Laboral -no sabemos si para ahorrar palabras o por algún otro motivo mas o menos inconfesable- caben perfecta y cómodamente sentadas 1.400 personas. El sábado se abrieron las puertas del teatro para permitir a los asistentes ir al baño. Caros aseos nos han salido.
La por otra parte pésima amplificación, llena de interferencias, ruidos y desajustes, impide hacer un análisis mínimamente serio de los aspectos musicales de la velada. El único micrófono que funcionó correctamente fue el de la soprano Svetla Krasteva, la cual estuvo más que correcta en el dificilísimo papel de Violeta. De los demás no podemos decir nada, incluyendo coro y orquesta. Lamentable la amplificación de Enrique Ferrer y mas lamentable todavía la de Luis Cansino. Algo mejor la de Milagros Martín, que estuvo sobrada como Flora y menos bien la del poleso Juan Noval, lo que le impidió lucir su bella voz, aunque cumplió sobradamente como Gastone.
Sencilla y, lo cual hoy es de agradecer, acorde con el libreto, la escenografía, que resaltaban dos pantallas gigantes colocadas a ambos lados del escenario. Pero los subtítulos no se veían. La experiencia de muchos años de espectador me permite aventurar que los mismos mimbres, en un teatro, hubiesen posibilitado el ver y oír una, sino sobresaliente, sí digna Traviata, lo cual no es poco, dada la dificultad de la obra. Si lo del sábado sirve como escarmiento y los responsables se olvidan del patio de La Universidad Laboral como lugar para ofrecer representaciones operísticas, daremos por bueno el frío que pasamos, a pesar de las mantas.
Publicado en La Nueva España, 30 de agosto de 2010
27/7/10
Nucci y Albelo
De izquierda a derecha, Adriana Anelli, Celso Albelo, José Carlos González Abeledo y Leo Nucci.
JOSÉ CARLOS GONZÁLEZ ABELEDO
PRESIDENTE DE
Me he llevado una gran alegría al leer el fallo del jurado de la quinta edición de los premios líricos «Teatro Campoamor». No siempre ha sido así, al parecerme varios de los premios concedidos en anteriores ediciones totalmente desafortunados. Tampoco en ésta me satisfacen todos, pero hay dos que me parecen especialmente justos: los de mejor cantante revelación, Celso Albelo, y mejor cantante masculino de ópera, Leo Nucci.
Tuve la fortuna el año pasado de asistir a la segunda función de «Los Puritanos» en
Albelo, en las representaciones por las que le han dado el premio al mejor cantante revelación, dio el fa a plena voz. Pero lo del fa fue lo de menos. La exhibición de canto que dio en aquella función fue lo más impresionante que yo nunca oí sobre un escenario. Varios de los que me acompañaban en aquella ocasión opinaron igual. Me alegra que el jurado de los premios lo vea de la misma manera y distinga a un tenor que, si no se tuerce, está llamado a hacer historia.
Celso Albelo protagonizará, acompañado por la soprano Milagros Poblador, el concierto homenaje a Kraus que
Me alegra también enormemente el premio concedido al barítono Leo Nucci como mejor cantante masculino de ópera. Nucci, que ha conocido el triunfo en su etapa de madurez, tenía en principio una voz de escaso cuerpo, con un timbre no especialmente grato. Con los años la voz le ensanchó en el centro y con inteligencia y profesionalidad se ha hecho imbatible como barítono verdiano, con afortunadas incursiones en el repertorio verista. Su interpretación del papel de Rigoletto en el Real en junio del año pasado, de gran alcance mediático por la polémica que mantuvo -y ganó- con la directora de escena y por protagonizar el primer bis de la historia reciente del Real («La vendetta»), es lo que le ha hecho merecedor del premio. Tuve la oportunidad de conocerle personalmente el pasado mes de febrero en Zurich, a él y a su mujer, la soprano Adriana Anelli, que cantó en Oviedo en 1984 la ópera «Il Campanello». Prometió considerar venir a protagonizar nuestro concierto del año 2011. Si así fuera, nos sentiremos nuevamente orgullosos de que los aficionados puedan aplaudir a una leyenda viva del canto, posibilitando su vuelta a la ciudad donde cantó, en sus comienzos, un Belcore allá por el año 1977.
(La Nueva España, 27 de julio de 2010)
27/2/10
Otra temporada desilusionante
Casi lejanos ya los ecos de
En Ariodante hemos asistido a una mas que notable versión musical, muy equilibrada en voces, con actuaciones sobresalientes de Verónica Cangemi (Ginevra) y Alice Coote (Ariodante), buena labor orquestal y unas escenografía y dirección escénica que si bien eran estéticamente brillantes, sobre todo en el primer acto, no tenían mucho que ver con el libreto de la ópera. Desde luego quién viendo la función haya entendido la historia a la que Haendel puso música es persona digna de admiración. Como considero que el director de escena es un intérprete mas de la obra -obra que tiene su legítima autoría- y no siguió para nada lo que el autor escribió, en mi opinión la función no fue merecedora de los tremendos elogios con que fue acogida. Como en tantas ocasiones el regista no sirvió a la ópera, sino que se sirvió de ella. A destacar la contratación de un maestro de esgrima para enseñar a los cantantes a batirse. Cosa que por cierto hicieron bastante mal a pesar de las enseñanzas del experto. Dinero, por tanto, gastado inútilmente.
El D. Juan situado en el ecuador de la temporada también tuvo una notable altura musical, funcionando el reparto, sino de manera totalmente homogénea, sí con la suficiente entidad, exigible a una temporada con pretensiones. A destacar el Leporello de Simón Orfila,
La mala suerte de la indisposición del tenor Roberto Arónica, lastró las representaciones de Tosca, quizás en conjunto las mas flojas de la temporada. Ni la solo discreta Hasmik Papian, ni los sucesivos tenores (mejor Ferrero que Roy) que fueron interpretando al pintor Cavaradossi, dieron el nivel exigido para una ópera de estas características, en las que quedó como única referencia el Scarpia de un quizás demasiado maduro Joan Pons. La genialidad del director de escena de trasladar la acción a los momentos previos a la segunda guerra mundial, propiciaron entre otros el chocante momento de oír a Cavaradossi celebrar la victoria de Napoleón Bonaparte ante Melás en presencia de un retrato de Mussolini. Retrato que terminó encima del cadáver de Scarpia sustituyendo al consabido crucifijo.
No es Ariadne auf Naxos la ópera que yo hubiera programado para este curso intensivo del repertorio de Richard Strauss en el que llevamos inmersos estos últimos años. Me parece que para el conocimiento de un compositor hay que empezar por sus óperas más famosas. Y tras Salomé y Elektra yo creo que tocaba El caballero de la rosa. Pero claro, Ariadne permite mas libertad de “creación” al director de escena, que parece ser que es de lo que se trata. Bastante correcta en lo musical la ópera que estrenó la temporada, la escena y su director, el inefable Philippe Arlaud, fue solo soportable, aunque eso sí, con cambio de época incluido. Lo peor, las declaraciones del mencionado Arlaud, que dijo que en materia de cantantes él lo tenía muy claro: al que no hacía lo que el decía, lo echaba sin más. Y no pasó nada.
Tremenda dictadura a la que los aficionados a la ópera estamos sometidos, desgraciadamente en casi todo el mundo. Pero que esto pase en Oviedo, ciudad a la que se le supone una tradición operística contrastada, es lamentable. Ese es el norte que guía la programación de los últimos años. Y los aficionados veteranos borrándose o intentando vender las entradas de la mayoría de las óperas. Si los responsables de la temporada, en vez de preocuparse tanto de los directores de escena -y de los maestros de esgrima- se hubieran preocupado de traer a una soprano para Tosca de primera línea, y un tenor para Adorno de garantías, de seguro se hubiera contentado a mucha mas gente. Y se hubiera redondeado, al menos musicalmente, una temporada quizás excesivamente dramática, que no nos dejó ni un momento verdaderamente ilusionante que recordar.
José Carlos González Abeledo
9/2/10
El poder de la crítica
En Ariodante he asistido a una mas que notable versión musical, muy equilibrada en voces, con actuaciones sobresalientes de Rebecca Evans (Ginevra) y Alice Coote (Ariodante), buena labor orquestal y unos elementos escénicos que si bien eran estéticamente brillantes, sobre todo en el primer acto, no tenían mucho que ver con el libreto de la ópera. En mi opinión, por tanto, aún siendo quizás la mas redonda de la temporada, no merecedora de los tremendos elogios que suscitó. A destacar, en cuanto a asistencia de público, que estaba sin cubrir un tercio del anfiteatro y la mitad de los palcos de principal, observándose abundantes claros en el resto de localidades, incluido el patio de butacas.
En Simón Boccanegra también he visto una notable representación en lo musical, con un excelente Marco di Felice (Simón), una mas que correcta Angeles Blancas (Amelia) a la que un proceso catarral le impidió redondear vocalmente su gran labor como actriz, un notable Vitalij Kowaljow (Fiesco) y un insuficiente Giuseppe Gipali. En cuanto a la escena, si bien no se apartó del libreto, en general no tuvo ningún interés y sí algún notorio desacierto, como los ridículos y sonoros giros de la estructura central que dominó el escenario durante el Prólogo y el primer y segundo actos. Aún siendo malos los elementos escénicos, seguro que confundieron menos al espectador, en orden a seguir la historia que se cuenta, que la brillante escenografía del Ariodante. En cualquier caso, ateniéndonos a lo musical, lejos para mi de las demoledoras críticas recibidas por la primera función de Simón Boccanegra. Y merecedora de mas aplausos que los recibidos por un público que, influenciado por las críticas que ese mismo día había leído, tardó un poco en aceptar que aquello no era tan malo como se había dicho y en empezar a aplaudir.
La cuestión es ¿hubo realmente diferencia en ambas óperas entre la primera y la segunda función, o se ha equivocado la crítica y parte de los aficionados? ¿O me equivoco yo y otros muchos con los que he comentado el hecho y que opinan lo mismo que yo? Posiblemente haya un poco de todo. Es decir que efectivamente haya habido diferencias, pero también errores de apreciación, si es que cabe hablar de errores al juzgar una manifestación cultural con un alto e inevitable componente de subjetividad. Por lo que he podido indagar, hablando con unos y con otros, en la primera representación del Simón Angeles Blancas estuvo peor que en la segunda. Lógico pues el proceso catarral había mejorado. De hecho en la tercera, que también vi, estuvo aún mejor, habiendo desaparecido casi el inoportuno catarro. La triunfadora de la primera función de Ariodante, Alice Coote, tuvo algún pequeño problema en la segunda. En cambio Rebecca Evans estuvo impecable. En la primera función parece ser que fue al revés.
En cualquier caso lo que es evidente es el tremendo poder de la crítica y su influencia sobre el respetable. Lo que fue mas patente aún en la tercera función de Simón, en la que el público, menos veterano que el de la segunda, estuvo injustamente gélido hasta terminar el primer acto. Luego, el buen hacer de solistas, coro y orquesta terminó rompiendo el hielo. Por cierto, luego de haber visto dos funciones del Simón, no estoy de acuerdo con la apreciación de que el bajo fue superior a todos. La mejor prestación para mi fue la del barítono. El hecho de que era la primera vez que cantaba el papel del corsario genovés me hace pensar que con el tiempo lo mejorará aún, sobre todo en algunos aspectos interpretativos no totalmente logrados, fundamentalmente del prólogo.
Considero fundamental la labor de la crítica. Por ello lo primero que debe ser es honesta. El hecho de luchar por que Oviedo tenga una temporada cada vez mejor, lo cual es loable en sí, no debe dar lugar a exageraciones en los halagos y parabienes tanto a artistas como a organizadores, como viene sucediendo en nuestra ciudad desde hace unos cuantos años. Porque si bien eso ayuda a que suene la temporada de Oviedo a nivel nacional, siendo un reclamo efectivo para la obtención de subvenciones, el exceso confunde al espectador y eso es un engaño inaceptable. Igualmente también se debe huir de la crítica injusta, como fue en mi opinión la de Simón Boccanegra.
Por José Carlos González Abeledo