27/2/10

Otra temporada desilusionante

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Casi lejanos ya los ecos de la LXII Temporada de ópera ovetense, quizás convenga recapitular acerca de lo que hemos visto y oído a lo largo de la misma, con una programación marcada por algunas bajas notables, pero en mi opinión menos trascendentes de lo que se suponía. Así, en Simón Boccanegra hemos visto una notable representación en lo musical, con un excelente Marco di Felice (Simón), una mas que correcta Angeles Blancas (Amelia) a la que un inoportuno proceso gripal le impidió redondear vocalmente su gran labor como actriz, un notable Vitalij Kowaljow (Fiesco) y un insuficiente Giuseppe Gipali que, si bien canta estupendamente, carece del timbre y volumen necesarios para el papel de Adorno (lo cual ya se debía saber tras el Ricardo de la temporada pasada). En cuanto a la escena no tuvo ningún interés y sí algún notorio desacierto, como el chillón colorido de las paredes y los ridículos y sonoros giros de la estructura central. En cualquier caso, obviando la escena, y ateniéndonos a lo musical, lejos para mi de las demoledoras críticas recibidas por la primera función. No creo que Carlos Alvarez hubiera elevado el nivel de las representaciones, pero o bien él, o bien la Asociación, no se han portado bien con el aficionado. Si, como anunciaron los responsables de la temporada, había cancelado por problemas de salud, no se entiende que estuviera en Roma cantando en las mismas fechas. Si, por el contrario, tras su operación de garganta y ante la dificultad vocal del Simón, hubiera solicitado la anulación del contrato, y la Asociación hubiera consentido en función de las buenas relaciones existentes y comprendiendo las circunstancias por las que atravesaba el artista, esta debiera de haberlo dicho claramente. Y no hubiera pasado nada. Los aficionados saben que no es lo mismo cantar el Simón Boccanegra que el Ford de Falstaff.

En Ariodante hemos asistido a una mas que notable versión musical, muy equilibrada en voces, con actuaciones sobresalientes de Verónica Cangemi (Ginevra) y Alice Coote (Ariodante), buena labor orquestal y unas escenografía y dirección escénica que si bien eran estéticamente brillantes, sobre todo en el primer acto, no tenían mucho que ver con el libreto de la ópera. Desde luego quién viendo la función haya entendido la historia a la que Haendel puso música es persona digna de admiración. Como considero que el director de escena es un intérprete mas de la obra -obra que tiene su legítima autoría- y no siguió para nada lo que el autor escribió, en mi opinión la función no fue merecedora de los tremendos elogios con que fue acogida. Como en tantas ocasiones el regista no sirvió a la ópera, sino que se sirvió de ella. A destacar la contratación de un maestro de esgrima para enseñar a los cantantes a batirse. Cosa que por cierto hicieron bastante mal a pesar de las enseñanzas del experto. Dinero, por tanto, gastado inútilmente.

El D. Juan situado en el ecuador de la temporada también tuvo una notable altura musical, funcionando el reparto, sino de manera totalmente homogénea, sí con la suficiente entidad, exigible a una temporada con pretensiones. A destacar el Leporello de Simón Orfila, la Donna Ana de Cinzia Forte y la Zerlina de Ainhoa Garmendia. Sorpresa agradable la del tenor Antonio Lozano como Don Octavio, que sustituía al inicialmente previsto Celso Albelo. Y elementos escénicos en plan “moderno” que fueron soportables, pero que en mas de una ocasión se apartaban de la intención de Mozart. El caso mas fragante fue la escena entre Zerlina y Musetto del segundo acto, en la que, tras la paliza recibida por el aldeano a manos de D. Juan, el afamado Alfred Kirchner cuelga a Musetto de un garfio y Zerlina se dedica a columpiarlo. Acción que fue recibida por el público con notorio alborozo, pero que despojó al relato de la sutil y elegante sensualidad que la escena lleva implícita tanto en el texto como en la música.

La mala suerte de la indisposición del tenor Roberto Arónica, lastró las representaciones de Tosca, quizás en conjunto las mas flojas de la temporada. Ni la solo discreta Hasmik Papian, ni los sucesivos tenores (mejor Ferrero que Roy) que fueron interpretando al pintor Cavaradossi, dieron el nivel exigido para una ópera de estas características, en las que quedó como única referencia el Scarpia de un quizás demasiado maduro Joan Pons. La genialidad del director de escena de trasladar la acción a los momentos previos a la segunda guerra mundial, propiciaron entre otros el chocante momento de oír a Cavaradossi celebrar la victoria de Napoleón Bonaparte ante Melás en presencia de un retrato de Mussolini. Retrato que terminó encima del cadáver de Scarpia sustituyendo al consabido crucifijo.

No es Ariadne auf Naxos la ópera que yo hubiera programado para este curso intensivo del repertorio de Richard Strauss en el que llevamos inmersos estos últimos años. Me parece que para el conocimiento de un compositor hay que empezar por sus óperas más famosas. Y tras Salomé y Elektra yo creo que tocaba El caballero de la rosa. Pero claro, Ariadne permite mas libertad de “creación” al director de escena, que parece ser que es de lo que se trata. Bastante correcta en lo musical la ópera que estrenó la temporada, la escena y su director, el inefable Philippe Arlaud, fue solo soportable, aunque eso sí, con cambio de época incluido. Lo peor, las declaraciones del mencionado Arlaud, que dijo que en materia de cantantes él lo tenía muy claro: al que no hacía lo que el decía, lo echaba sin más. Y no pasó nada.

Tremenda dictadura a la que los aficionados a la ópera estamos sometidos, desgraciadamente en casi todo el mundo. Pero que esto pase en Oviedo, ciudad a la que se le supone una tradición operística contrastada, es lamentable. Ese es el norte que guía la programación de los últimos años. Y los aficionados veteranos borrándose o intentando vender las entradas de la mayoría de las óperas. Si los responsables de la temporada, en vez de preocuparse tanto de los directores de escena -y de los maestros de esgrima- se hubieran preocupado de traer a una soprano para Tosca de primera línea, y un tenor para Adorno de garantías, de seguro se hubiera contentado a mucha mas gente. Y se hubiera redondeado, al menos musicalmente, una temporada quizás excesivamente dramática, que no nos dejó ni un momento verdaderamente ilusionante que recordar.


José Carlos González Abeledo

9/2/10

El poder de la crítica

9/2/10 2
Por distintos motivos no pude asistir a la primera función de las dos últimas óperas de la temporada que hoy finaliza, aunque si tuve la oportunidad de asistir a la segunda de ambas. Si hemos de hacer caso de la crítica he de lamentar el no haber visto la primera función de Ariodante y por el contrario alegrarme de no haber visto la de Simon Boccanegra. Lo que yo he visto y oído en la segunda representación de las dos óperas no se parece del todo a lo que debieron ver y oír los asistentes a la primera. Me explico.

En Ariodante he asistido a una mas que notable versión musical, muy equilibrada en voces, con actuaciones sobresalientes de Rebecca Evans (Ginevra) y Alice Coote (Ariodante), buena labor orquestal y unos elementos escénicos que si bien eran estéticamente brillantes, sobre todo en el primer acto, no tenían mucho que ver con el libreto de la ópera. En mi opinión, por tanto, aún siendo quizás la mas redonda de la temporada, no merecedora de los tremendos elogios que suscitó. A destacar, en cuanto a asistencia de público, que estaba sin cubrir un tercio del anfiteatro y la mitad de los palcos de principal, observándose abundantes claros en el resto de localidades, incluido el patio de butacas.

En Simón Boccanegra también he visto una notable representación en lo musical, con un excelente Marco di Felice (Simón), una mas que correcta Angeles Blancas (Amelia) a la que un proceso catarral le impidió redondear vocalmente su gran labor como actriz, un notable Vitalij Kowaljow (Fiesco) y un insuficiente Giuseppe Gipali. En cuanto a la escena, si bien no se apartó del libreto, en general no tuvo ningún interés y sí algún notorio desacierto, como los ridículos y sonoros giros de la estructura central que dominó el escenario durante el Prólogo y el primer y segundo actos. Aún siendo malos los elementos escénicos, seguro que confundieron menos al espectador, en orden a seguir la historia que se cuenta, que la brillante escenografía del Ariodante. En cualquier caso, ateniéndonos a lo musical, lejos para mi de las demoledoras críticas recibidas por la primera función de Simón Boccanegra. Y merecedora de mas aplausos que los recibidos por un público que, influenciado por las críticas que ese mismo día había leído, tardó un poco en aceptar que aquello no era tan malo como se había dicho y en empezar a aplaudir.

La cuestión es ¿hubo realmente diferencia en ambas óperas entre la primera y la segunda función, o se ha equivocado la crítica y parte de los aficionados? ¿O me equivoco yo y otros muchos con los que he comentado el hecho y que opinan lo mismo que yo? Posiblemente haya un poco de todo. Es decir que efectivamente haya habido diferencias, pero también errores de apreciación, si es que cabe hablar de errores al juzgar una manifestación cultural con un alto e inevitable componente de subjetividad. Por lo que he podido indagar, hablando con unos y con otros, en la primera representación del Simón Angeles Blancas estuvo peor que en la segunda. Lógico pues el proceso catarral había mejorado. De hecho en la tercera, que también vi, estuvo aún mejor, habiendo desaparecido casi el inoportuno catarro. La triunfadora de la primera función de Ariodante, Alice Coote, tuvo algún pequeño problema en la segunda. En cambio Rebecca Evans estuvo impecable. En la primera función parece ser que fue al revés.

En cualquier caso lo que es evidente es el tremendo poder de la crítica y su influencia sobre el respetable. Lo que fue mas patente aún en la tercera función de Simón, en la que el público, menos veterano que el de la segunda, estuvo injustamente gélido hasta terminar el primer acto. Luego, el buen hacer de solistas, coro y orquesta terminó rompiendo el hielo. Por cierto, luego de haber visto dos funciones del Simón, no estoy de acuerdo con la apreciación de que el bajo fue superior a todos. La mejor prestación para mi fue la del barítono. El hecho de que era la primera vez que cantaba el papel del corsario genovés me hace pensar que con el tiempo lo mejorará aún, sobre todo en algunos aspectos interpretativos no totalmente logrados, fundamentalmente del prólogo.

Considero fundamental la labor de la crítica. Por ello lo primero que debe ser es honesta. El hecho de luchar por que Oviedo tenga una temporada cada vez mejor, lo cual es loable en sí, no debe dar lugar a exageraciones en los halagos y parabienes tanto a artistas como a organizadores, como viene sucediendo en nuestra ciudad desde hace unos cuantos años. Porque si bien eso ayuda a que suene la temporada de Oviedo a nivel nacional, siendo un reclamo efectivo para la obtención de subvenciones, el exceso confunde al espectador y eso es un engaño inaceptable. Igualmente también se debe huir de la crítica injusta, como fue en mi opinión la de Simón Boccanegra.


Por José Carlos González Abeledo

 
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