
Casi lejanos ya los ecos de
En Ariodante hemos asistido a una mas que notable versión musical, muy equilibrada en voces, con actuaciones sobresalientes de Verónica Cangemi (Ginevra) y Alice Coote (Ariodante), buena labor orquestal y unas escenografía y dirección escénica que si bien eran estéticamente brillantes, sobre todo en el primer acto, no tenían mucho que ver con el libreto de la ópera. Desde luego quién viendo la función haya entendido la historia a la que Haendel puso música es persona digna de admiración. Como considero que el director de escena es un intérprete mas de la obra -obra que tiene su legítima autoría- y no siguió para nada lo que el autor escribió, en mi opinión la función no fue merecedora de los tremendos elogios con que fue acogida. Como en tantas ocasiones el regista no sirvió a la ópera, sino que se sirvió de ella. A destacar la contratación de un maestro de esgrima para enseñar a los cantantes a batirse. Cosa que por cierto hicieron bastante mal a pesar de las enseñanzas del experto. Dinero, por tanto, gastado inútilmente.
El D. Juan situado en el ecuador de la temporada también tuvo una notable altura musical, funcionando el reparto, sino de manera totalmente homogénea, sí con la suficiente entidad, exigible a una temporada con pretensiones. A destacar el Leporello de Simón Orfila,
La mala suerte de la indisposición del tenor Roberto Arónica, lastró las representaciones de Tosca, quizás en conjunto las mas flojas de la temporada. Ni la solo discreta Hasmik Papian, ni los sucesivos tenores (mejor Ferrero que Roy) que fueron interpretando al pintor Cavaradossi, dieron el nivel exigido para una ópera de estas características, en las que quedó como única referencia el Scarpia de un quizás demasiado maduro Joan Pons. La genialidad del director de escena de trasladar la acción a los momentos previos a la segunda guerra mundial, propiciaron entre otros el chocante momento de oír a Cavaradossi celebrar la victoria de Napoleón Bonaparte ante Melás en presencia de un retrato de Mussolini. Retrato que terminó encima del cadáver de Scarpia sustituyendo al consabido crucifijo.
No es Ariadne auf Naxos la ópera que yo hubiera programado para este curso intensivo del repertorio de Richard Strauss en el que llevamos inmersos estos últimos años. Me parece que para el conocimiento de un compositor hay que empezar por sus óperas más famosas. Y tras Salomé y Elektra yo creo que tocaba El caballero de la rosa. Pero claro, Ariadne permite mas libertad de “creación” al director de escena, que parece ser que es de lo que se trata. Bastante correcta en lo musical la ópera que estrenó la temporada, la escena y su director, el inefable Philippe Arlaud, fue solo soportable, aunque eso sí, con cambio de época incluido. Lo peor, las declaraciones del mencionado Arlaud, que dijo que en materia de cantantes él lo tenía muy claro: al que no hacía lo que el decía, lo echaba sin más. Y no pasó nada.
Tremenda dictadura a la que los aficionados a la ópera estamos sometidos, desgraciadamente en casi todo el mundo. Pero que esto pase en Oviedo, ciudad a la que se le supone una tradición operística contrastada, es lamentable. Ese es el norte que guía la programación de los últimos años. Y los aficionados veteranos borrándose o intentando vender las entradas de la mayoría de las óperas. Si los responsables de la temporada, en vez de preocuparse tanto de los directores de escena -y de los maestros de esgrima- se hubieran preocupado de traer a una soprano para Tosca de primera línea, y un tenor para Adorno de garantías, de seguro se hubiera contentado a mucha mas gente. Y se hubiera redondeado, al menos musicalmente, una temporada quizás excesivamente dramática, que no nos dejó ni un momento verdaderamente ilusionante que recordar.
José Carlos González Abeledo