21/2/09

El Sr. Albiach y Rossini

21/2/09
CARLOS GONZÁLEZ ABELEDO, La Nueva España, 24/dic/2008

Leo con sorpresa las declaraciones del maestro Álvaro Albiach del pasado domingo en estas mismas páginas en las que afirma en relación con lo sucedido en el estreno de «El Barbero de Sevilla» que «reacciones exaltadas como la del martes sorprenden y hacen que venir a Oviedo a hacer ópera parezca como venir a una parte apartada del mundo». ¡Vaya! Por si no teníamos poco los aficionados ovetenses con tener que soportar desde hace años una «claque» cuya existencia misma es una vergüenza, ahora tenemos que sufrir los reproches de un artista porque no le gusta la reacción de parte del público. No sé si sabrá el Sr. Albiach que en Oviedo era frecuente en los años cincuenta, sesenta y setenta el patear, silbar y abuchear lo que no gustaba y aplaudir y ovacionar lo que gustaba. Como en todos los teatros del mundo, incluido la Scala de Milán, donde todavía no hace mucho los abucheos del respetable «echaron» a un famoso tenor del escenario. Yo celebro que el público ovetense se haya sacudido el conformismo en que se encontraba, y que los aficionados podamos patear cuanto nos venga en gana y no sólo aplaudir como y cuando nos digan.
Mejor haría el Sr. Albiach en cuidar los «tempi» que usó para «El Barbero de Sevilla». Por contrastar algo perfectamente medible le diré que la media de duración de la obertura en versiones de algunos de los mejores directores del mundo es de seis minutos y cincuenta y seis segundos. La suya del jueves pasado, que por curiosidad cronometré, fue de siete minutos y cuarenta y un segundos. Es decir, nada menos que 45 segundos más. Por supuesto es la más larga con diferencia de las que he podido escuchar. No es pues de extrañar que la ópera haya durado casi un cuarto de hora más de lo habitual. Se benefició el Sr. Albiach de la bondad de los cantantes que intervinieron en la función, y de la indulgencia del público, porque en mi opinión algún pateo también merecía. Donde Rossini puso ligereza, ritmo y chispa, él puso lentitud y pesadez. Su versión pecó ciertamente de plúmbea y en nada ayudó al buen desarrollo de las funciones. Por supuesto que ni la dirección musical, ni mucho menos la de escena, fueron respetuosas con Rossini, por mucho que él lo diga.

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