21/2/09

Una temporada de ópera «posmoderna»

21/2/09

Con dos buenos cantantes para «La Bohème» y dos escenografías adecuadas para el «Barbero» y el «Ballo» la nota sería de notable alto.


CARLOS GONZÁLEZ ABELEDO . Presidente de Foro Ópera 1011.

La Nueva España, 4 de febrero de 2009

Vivimos en plena era de la «posmodernidad». Todo es relativo y sólo tiene carácter de autenticidad la «realidad virtual» con que machaconamente nos inundan los medios, sin que la inmensa mayoría de la sociedad ni siquiera se plantee un mínimo análisis o controversia intelectual. Y eso ocurre a todos los niveles: el político, el moral, el cultural, etcétera. La verdad y la mentira son pues conceptos manejables, que no tienen valor objetivo. Y así se acepta como verdad lo que no deja de ser una mentira. Basta que lo repita lo suficiente la televisión, la prensa, un grupo de opinión o un partido político para que se acepte sin más.


A nivel mundial en la ópera estamos asistiendo a un claro ejemplo de lo que antecede. Así se dice: «Hay que modernizar la ópera». Y ¿en qué consiste esa pretendida modernización? ¿En ofrecer oportunidades a los compositores contemporáneos para que compongan nuevas óperas? No. ¿En fomentar la creatividad de músicos y libretistas para que surjan nuevos modelos musicales? Tampoco. ¿En, por lo menos, estrenar las óperas que algunos compositores ya tienen compuestas? Muy de tarde en tarde. ¿En aplicar a las escenografías los adelantos tecnológicos actuales para hacerlas más bellas y espectaculares? Ni mucho menos. Modernizar la ópera consiste básicamente en destrozar las obras de repertorio, cambiándolas de época y lugar, descontextualizando, por tanto, texto y música, siguiendo las «ocurrencias» de geniales directores escénicos que ofrecen una visión personal y «actual» de las supuestas intenciones de sus autores, llámense éstos Verdi, Rossini o un casi contemporáneo Stravinski.


En nombre de esta «puesta al día» de la ópera se están cometiendo verdaderos atropellos en casi todos los teatros del mundo, faltando al respeto a compositores y a libretistas y al propio público. Una ópera representada hoy tal como la concibieron sus autores no tiene interés. Y algunos teatros rivalizan en presentar las escenografías más «provocadoras» en bien de esta supuesta modernización de la ópera. El asalto a los centros de decisión en los teatros por los nuevos «gurús» de la ópera, la sorprendente pasividad de muchos cantantes y directores de orquesta y el aplauso de una crítica sin ningún o poco conocimiento musical, pero que se encuentra muy a gusto cerca de los centros de poder, han hecho que una clara mentira, es decir, que modernizar la ópera sea descontextualizar las obras, sea aceptada incluso por gran parte del público, nuevo o menos nuevo, que asiste masivamente a las programaciones operísticas, como la gran verdad de estos tiempos.


Desgraciadamente, las temporadas de ópera ovetenses han caído desde hace algunos años con todo el equipaje en esta moda de la «modernización». Esta temporada sólo un título podríamos decir (con algunas reservas) que fue representado en su contexto: «Diálogos de Carmelitas». Las otras cuatro fueron representadas como a sus respectivos directores de escena les dio la gana. No obstante, hemos mejorado con respecto a la pasada temporada: las cinco fueron representadas fuera de contexto. En dos ediciones de diez óperas, nueve. Buen promedio. Este año, no obstante, parece que los aficionados han dicho por fin basta, y han exteriorizado claramente su desacuerdo con las dos últimas producciones: un «Barbero de Sevilla», que claramente no sacó a los buenos cantantes que hubo todo lo que podían haber dado, y un «Baile de máscaras», cuya absurda escenografía perjudicó también al equipo vocal, que no fue tan malo como dio la impresión, a juzgar por los pocos aplausos recogidos.


Como balance de la temporada que acaba de finalizar hemos de apuntar en el haber las estupendas representaciones de «Diálogos de Carmelitas», ópera de no excesivos méritos musicales en comparación con las grandes obras del repertorio, pero con valores dramáticos contrastados y diez minutos finales sobrecogedores. Tanto el reparto vocal, muy equilibrado, con actuaciones sobresalientes de María Bayo, Elena de la Merced y la grata sorpresa de una impecable Kristine Jepson, como el trabajo escénico, muy cuidado y original, convirtieron estas funciones en las mejores de la temporada, con notable diferencia sobre el resto. No podemos decir lo mismo de las funciones de «La Bohème». Si bien la escenografía era bonita y la dirección escénica estaba impregnada del buen gusto del que siempre hace gala Sagi, hemos de tachar de gratuita (y totalmente anacrónica con el texto) la ubicación temporal en el Mayo del 68. En lo vocal pocos papeles estuvieron correctamente servidos y los dos protagonistas no estuvieron, a mi juicio, a la altura que un teatro de la tradición del Campoamor requiere. Martina Zadro, con una buena línea de canto y una notable técnica (de hecho, fue la que mejor cantó), no tiene la vocalidad ni los medios necesarios para Mimí, por lo que se queda a mitad de camino. Por su parte, Carlos Cosías tiene que madurar aún como artista para ser un Rodolfo con la debida solvencia vocal. Si este reparto lo hubiéramos visto en otro teatro a 50 euros la butaca, diríamos que estupendo. En el Campoamor, a 129 euros, no. Existe hoy un buen número de tenores y de sopranos (aparte de Inva Mula) que podían haber cumplido con las expectativas que en los aficionados despierta siempre esta obra maestra. En conclusión, y en lo vocal (salvo el coro, que estuvo muy bien) una de las peores «Bohème» vistas en el Campoamor, sino la peor.

Con la ópera de Stravinski se rizó el rizo, al escenificarla en la Norteamérica de nuestros días, a pesar de las advertencias del propio autor en contra de cualquier manipulación escénica. Como consecuencia, los que nunca habíamos visto en directo esta ópera, que me atrevo a decir que seríamos la mayoría, podemos decir que la hemos oído, pero seguimos sin verla. Hemos visto otra cosa que no es lo que el autor y sus libretistas concibieron, por cierto, en época relativamente reciente, por lo que se entiende aún menos que en otras ocasiones el traslado de época. Si Stravinski, que cuando compuso la ópera ya llevaba unos cuantos años viviendo en Estados Unidos (por lo que hemos de suponer que conocía suficientemente la existencia de Las Vegas), hubiese querido situarla en esa ciudad, nada ni nadie se lo hubieran impedido. Pero no quiso. La quiso situar en Inglaterra y en el siglo XVIII. La escenografía que hemos visto en el Campoamor despojó a la obra de las verdaderas intenciones de Stravinski, convirtiéndola en algo más parecido a un musical de Broadway que a otra cosa, con prestaciones vocales en las que me es difícil destacar a nadie y que aburrieron al respetable hasta el punto que muchos espectadores marcharon en el descanso.

El «Barbero» contó con un equipo vocal muy solvente. Fue el mejor elenco de la temporada y así lo reconoció el público, que los aplaudió con ganas. A destacar el buen hacer tanto vocal como escénico de José Manuel Zapata (que se atrevió incluso con el difícil «Cessa de più resistere»), la solvencia de Bruno de Simone y Pietro Spagnoli y lamentar que lo absurdo de la escena impidiera brillar en sus respectivas arias a Silvia Tro y Simón Orfila. Hemos oído varias «Calumnias» al bueno de Simón. Pero es incompatible cantar dicha aria, expresando lo que el texto indica, mientras se está en una absurda pelea con el dentista (don Bartolo), a ver quién le saca una muela a quién. Lo mismo podemos decir del aria «Una voce poco fa» de Rosina. Independientemente del hecho de la depilación en sí (y de las piernas de la mezzo), no es situación que encaje con la música de Rossini. Así, casi todas las «gracias» que levantaron risas del público fueron producto de astracanadas que, por supuesto, no están en el libreto. En cambio, pasaron desapercibidos, dentro del barullo general, los múltiples detalles de fino humor que la obra encierra. Tampoco ayudó en nada a respetar el espíritu y las intenciones del compositor la lentitud con que el maestro Albiach llevó la obra, estorbando claramente a los cantantes, como a Zapata en el «Ecco ridente», al que casi ahoga. En definitiva, una pena no haber contado con un director solvente y una escena apropiada para haber disfrutado de unas muy buenas veladas operísticas.

Y llegamos al «Ballo». Obra de madurez de Verdi, precursora en lo musical de sus últimas obras maestras, contó con un equipo vocal entre lo discreto y lo bueno. Muy bien Ulrica, a quien se perjudicó en su terrorífica aria de entrada, como en los casos comentados anteriormente por lo absurdo de la escena. Excelente Beatriz Díaz, aunque el papel no es el más adecuado vocalmente para ella, de menos a más la Nizza, que debutaba en el papel, que es de esperar que mejore con el tiempo. Bien cantado el Ricardo por un Giuseppe Gipali de no muy sobrados medios (y que pagó injustamente el descontento del público con lo que estaba viendo) y decepción con el Renato de Ángel Ódena, totalmente ajeno al estilo de canto verdiano. Verdi no es verismo ni gritos. Destrozó su primer aria «Alla vita che t'arride» y mejoró algo en la difícil «Eri tu». El director y los coros, a buen nivel, aunque el primero hizo sonar demasiado a la orquesta y al propio coro en ocasiones, acercándose más al verismo que al bel canto verdiano. La escena, sin pies ni cabeza, deslució totalmente la representación de principio a fin, por lo que al igual que en la ópera anterior su responsable cosechó un pateo generalizado.

En resumen, nota media de la temporada: un aprobado discreto. Lo verdaderamente lamentable es que cambiando pocas cosas hubiese sido un notable alto: dos buenos cantantes para «La Bohème» y dos escenografías adecuadas para el «Barbero» y el «Ballo». Para conseguir el sobresaliente la cosa sería más difícil: otra ópera en vez del «Rake's Progress».

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